¿Por qué elegimos este camino?

Quiero compartir hoy un fragmento de un texto de La Serrada. que me parece que resume a la perfección los sentimientos de muchos de nosotros

… Este camino no es otra cosa que el tratar de criar a nuestros hijos con unos valores y principios muy claros: cariño y respeto, y con la confianza total en que ellos mismos son capaces de trazar su propio ritmo en su evolución, su crecimiento, y en las formas de relacionarse con el entorno y con otras personas. Lo que llamamos autorregulación.
Cuando hablamos de respeto hablamos de respetar al niño como persona, sus derechos, sus necesidades básicas, su integridad física y moral, su ritmo personal y único de crecimiento, su necesidad de apego, su dependencia…
Criar en base a estos principios requiere una maternidad/paternidad consciente, vivida plenamente y con intensidad, sin dejarse arrastrar por lo que lleva la corriente o hace la mayoría, planteándose ante cada paso qué es lo que nos hace sentir mejor a nosotros y a nuestros hijos y no qué es lo que ha hecho mi vecino o qué es lo que hicieron mis padres.
No es un camino fácil ya que normalmente los padres que en algún momento nos decantamos por vivir de esta manera con nuestros hijos no tenemos una experiencia que nos sirva como base. Casi todos hemos sido criados de una manera muy distinta a la que intentamos aplicar, y de manera casi automática, cuando se plantea una nueva situación con nuestros hijos, la respuesta que nos sale es la que utilizaron nuestros padres o la que en múltiples ocasiones hemos visto utilizar a otros padres en situaciones similares. Cometemos errores, en algunos momentos podemos incluso salirnos del camino, nos falta información, referencias y además la sociedad no acaba de entender esta forma de crianza, confundiéndola a menudo justo con lo contrario: permisividad, pasotismo y falta de límites.
Todo lo que expongo a continuación seria un planteamiento aproximado de una familia que ya desde el embarazo tiene unas ideas claras del camino a seguir con sus hijos. Esta sería una situación ideal, pero no es la más común. Muchas familias no se plantean estas cuestiones hasta después de conocer a su hijo, porque es tras conocerlo cuando todas las prácticas estándares de crianza de nuestra sociedad les resultan difíciles o imposibles de aplicar cuando ya no se habla de aplicarlas a un bebé genérico, sino al suyo. Hay quien descubre que no todo son verdades absolutas en la crianza meses o incluso años después de haber tenido hijos, y se replantean totalmente su relación con ellos.
Quién inicia este camino desde su origen, es consciente de que la relación con un bebé no empieza con el nacimiento, sino que se inicia ya durante el embarazo y el parto. Estos dos aspectos son tradicionalmente olvidados en la crianza. Son dos “cosas” que han de pasar, y a partir de ahí ya nos planteamos (si nos lo planteamos) como criaremos a nuestros hijos, cuando en realidad son dos procesos muy importantes y con los que ya se inicia la crianza.
El embarazo, a ojos de la sociedad, es visto más como una enfermedad que como un proceso natural. Esa visión se traslada a las futuras madres, que mayoritariamente ceden el protagonismo al ginecólogo, se centran en las molestias que causa, y solo miran al punto final: las ganas de que eso acabe y conocer a su bebé, perdiéndose por el camino todo un proceso, que aún con sus inconvenientes es el momento para empezar a conectar con el bebé, de empezar a crear ese vínculo invisible que mantendrá unidos a mamá y bebé cuando ya no lo estén físicamente.

Es el momento también de plantearse el parto, con el que socialmente ocurre algo similar al embarazo: el parto duele y eso provoca miedo. Cuando se oye hablar de partos siempre se habla de dolor, o de como evitar el dolor. Queda la impresión de que todo es dolor en el parto, y así no es raro encontrar mujeres que dicen preferir “que me lo saquen” o “yo prefiero no saber demasiado y hacer caso a lo que me digan” para evitar ese momento que intuyen horrible y doloroso. Es una reacción normal, provocada por el miedo, y no es culpa de la futura mamá sentirse así cuando nunca ha oído una palabra bonita acerca de un parto. En un parto natural, respetado, en el entorno seguro y tranquilo que una mujer necesita, el dolor pasa a un segundo plano, el protagonismo ya no se centra en el dolor, sino en la importancia de lo que está ocurriendo allí: mamá está ayudando a nacer a su bebé, ella sola, a su ritmo, segura de si misma y en profunda conexión con él.
Lo primero que podemos hacer por respetar a ese bebé en su llegada al mundo, es permitirle que nazca de la mejor manera posible; y los bebés están preparados para nacer de una manera natural, con una mamá tranquila e ilusionada que sabe que es capaz de ayudarlo a nacer por si misma, sin que la tengan que dirigir ginecólogos o matronas. El hecho de llevar los partos al hospital y someterlos a protocolos estrictos y la mayoría de las veces poco respetuosos con las madres, ha provocado dos efectos: uno bueno, que es facilitar los partos difíciles y otro malo que es complicar los partos sencillos.
Aunque no nos solemos acordar, pertenecemos al reino animal, a los mamíferos concretamente, y como cualquier hembra de mamífero una mujer necesita un entorno favorable para tener un parto sin dificultades. El miedo dificulta e incluso paraliza los partos en todos los mamíferos, y la especie humana no es una excepción. Es un mecanismo de protección que la selección natural ha hecho que perdure: ante una situación de peligro real en un entorno natural, lo mejor es no parir, pues la cría, e incluso la madre, tendrían pocas posibilidades de subsistir. Como la evolución no entiende de años, sino de miles o millones de años, ese mecanismo sigue activo en las mujeres por más que no haya un peligro real en el hospital, y se dispara ante el miedo e inseguridad que provoca un protocolo hospitalario deshumanizado. Así pues se da la paradoja de que muchos de esos partos que se intentan acelerar en el hospital con oxitocina sintética, se han parado o ralentizado por efecto del propio hospital.
Así pues, quien tiene la suerte de plantearse estas cuestiones antes de que nazca su hijo suele empezar por buscar un parto natural, respetado, en el que las matronas acompañen a la madre en lugar de dirigirla, en el que sean su apoyo y no las que marquen el ritmo, y en el que los médicos y protocolos hospitalarios solo entren en juego ante un peligro real para la madre o el bebé.
Nuestro bebé ha nacido, y tanto el sentido común como la teoría del apego (John Bowlby) nos dicen que ese bebé necesita contacto con mamá. Esta teoría dice entre otras muchas cosas que el bebé nace con una serie de conductas que tienen como finalidad provocar nuestra respuesta (llanto, succión, sonrisas reflejas, calmarse al ser acunado…) y curiosamente la respuesta que provoca en nosotros cualquiera de esas acciones es la de acercarnos al bebé. Los bebés nacen con una necesidad de contacto físico casi continuo que hay que respetar, durante todo el tiempo que nos lo demanden y empezando por el momento en que nacen, evitando que sean separados de su madre por protocolos inútiles como pesarlos, lavarlos o aspirarles las vías respiratorias. Durante la primera hora tras el nacimiento el bebé suele estar más despierto, instintivamente busca el pezón y empieza a succionar. Es básico no separar al bebé de su mamá en esta primera hora para un correcto inicio de la lactancia.
La lactancia materna es la manera natural y la más respetuosa de alimentar a un bebé. Una lactancia en exclusiva hasta que se inicie la alimentación complementaria y que se puede prolongar hasta que ambos decidan. La OMS recomienda la lactancia en exclusiva hasta los 6 meses y prolongarla al menos hasta los dos años. Hay muchos mitos acerca de la lactancia prolongada, no merece la pena comentarlos: todos son falsos. No hay ningún problema ni para el niño ni para la mamá en lactar durante dos o más años. La lactancia, además de ser el mejor alimento para el bebé, tiene también otras funciones tan importantes como la alimentación en el plano emocional: ofrece contacto, consuelo, favorece el estrechamiento del vínculo materno.
No son pocos los problemas con los que se encuentran las madres que deciden amamantar a sus hijos. En nuestra sociedad no se ve apenas a madres amamantando a sus hijos en la vida cotidiana, y dar el pecho de manera correcta es algo que se aprende viendo a otras madres hacerlo. De ahí la importancia de los grupos de apoyo a la lactancia que están surgiendo en muchas ciudades como respuesta a esa necesidad que las madres que quieren dar pecho tienen de relacionarse con otras madres que ya lo han hecho o lo están haciendo, para no sentirse solas en este mundo en el que parece que apenas quedan madres que dan el pecho y para corregir hábitos incorrectos o problemas debidos precisamente a eso, a no tener ninguna referencia válida en cuanto a la forma correcta de hacerlo.
Ya hemos comentado que el contacto con mamá, el contacto físico en general, es una necesidad primaria de los bebés y los niños, y es una necesidad que debemos respetar. Mamá será además su figura principal de apego, aquella con la que establecerá su primera relación humana, aquella en la que principalmente buscará consuelo y cobijo y desde la que iniciará su relación con otras personas. Ese contacto ofrece también algo muy importante no solo cuando nuestro niño es un bebé, sino también durante todas las fases de su desarrollo y crecimiento: seguridad.
La seguridad es básica para que un niño pueda desarrollarse plenamente y necesaria para que la autorregulación funcione. Un niño con miedo sólo está pendiente de su miedo y no es capaz de relacionarse de manera completa con su entorno ni con otras personas, y para nuestros hijos, desde que nacen y durante muchos años, la seguridad somos nosotros. Si algo debe tener un niño claro siempre, sin lugar a dudas, es que sus padres están ahí cuando los necesita, y que lo quieren incondicionalmente pase lo que pase y haga lo que haga. Una de las cosas que a toda costa hay que evitar, es que un niño pueda sentir que sus padres le quieren según como se comporte, o que acudirán cuando los llame según las circunstancias Un niño que no está seguro de cómo reaccionarán sus padres si se lanza a un reto que le produce cierto respeto, abordará ese reto temeroso, o evitará abordarlo. Un niño que tiene el respaldo incondicional de sus padres ante cualquier situación abordará ese mismo reto de otra manera, pues sabe sin lugar a dudas que basta llamar a mamá o papá si ocurre algo y ahí estarán para ayudarle.
Llevar al bebé mucho tiempo en brazos o en portabebés que los mantienen pegados a nuestro cuerpo ayuda a satisfacer esa necesidad de contacto continuo cuando son pequeños, dormir con ellos también.
El sueño de los bebés es muy diferente al de los adultos. No sigue los mismos tiempos ni tiene las mismas fases (más información en “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové). Existen varios métodos que prometen ser capaces de ajustar su sueño al nuestro. En realidad es un mismo método sin ningún rigor científico que diversos autores se han ido copiando entre si y que se basa en una premisa clave: desatender el llanto del bebé hasta que este se de cuenta de que por la noche es inútil llamarnos llorando. Realmente nuestro bebé no dormirá más, pero obtendremos la comodidad de que ya no nos moleste cuando se despierte, a cambio eso si, de quebrar algo que ya hemos comentado que es absolutamente necesario para el desarrollo pleno de un bebé: la total confianza y seguridad en que su mamá y su papá le atenderán en cualquier momento en que los necesite. La responsabilidad de la utilización de estos métodos no puede recaer toda en los padres, que a veces los aplican con un profundo sufrimiento porque se creen las falsas amenazas que según los autores de estos best-seller ocurrirán a sus hijos si no duermen de tirón desde poco después de nacer.
Los bebés necesitan sentirse seguros para dormir tranquilos, y esa seguridad se la proporciona el contacto con mamá (y con el tiempo con papá). Ese y no otro es el motivo por el que muchos bebés se despiertan en cuanto los dejan en la cuna, o lloran desconsolados cuando se despiertan por la noche y se sienten solos. Una forma de proporcionar ese contacto, que además favorece el descanso de mamá, es dormir con ellos. El colecho suele favorecer el sueño del bebé y además permite a mamá darle pecho sin tener que levantarse ni hacer viajes por la casa.
Hay una tendencia a llevar a los bebés cada vez más pronto a su propia habitación, en defensa de una mal entendida independencia. Son muchos los supuestos “expertos” que nos amenazan con los mil males que nos ocurrirán si dormimos con nuestros hijos. Parece que estos “expertos” no saben que lo de dormir padres e hijos separados solo se da de manera mayoritaria en EE.UU., Canadá y parte sur de Europa, y que por ejemplo, en los países nórdicos, las cifras de colecho rondan el 80%, y en Japón el 90%. De nuevo hablamos de respeto: si dormir acompañado es una necesidad de nuestro bebé ¿qué problema hay en respetarla?
Desde el momento del nacimiento la ignorancia bienintencionada del entorno empieza a aconsejar: si lo tienes mucho en brazos se va a hacer dependiente y no te lo quitarás de encima. Como dice Yolanda González, a un bebé no se le puede hacer dependiente, porque nace dependiente. Podemos respetar esa necesidad de dependencia y contacto o podemos ignorarla, pero la dependencia esta ahí, no la creamos nosotros. No hay ningún mamífero que nazca más indefenso y por tanto con mayor necesidad de cuidados que un bebé humano, que tardará al menos 7 u 8 meses en poder desplazarse mínimamente por si mismo. ¿Como no va a ser dependiente una criatura sin ninguna capacidad de desplazarse por si misma y cuya mamá es su única fuente de alimento?
Con todo, no resulta demasiado difícil llevar una crianza respetuosa en los primeros meses de vida si se consigue dejarse llevar por lo que el bebé demanda y se ignoran consejos inadecuados. Aunque puede resultar físicamente agotador casi todo consiste en lactancia, mucho contacto y mucho cariño.
Cuando empezará a costarnos mantener nuestros principios y valores será cuando nuestro bebé deje de ser ese sujeto pasivo que va con nosotros a todas partes en la mochila o la bandolera, y empiece a explorar el mundo primero a través del gateo y después caminando. Sobre estas etapas iniciales en cuanto al “despertar de la voluntad” de nuestros hijos conviene buscar información válida que nos ayudará a no caer en pensamientos en la línea de “me está tomando el pelo”.
Este modelo de crianza requiere también una forma de ver a los niños y bebés, y desarrollar una capacidad de empatía con ellos que no siempre es fácil, ya que sus esquemas mentales no se parecen en nada a los nuestros, y por tanto no nos suele resultar nada fácil ponernos en su lugar. Los bebés y niños son buenas personas. Por más que nos digan no intentan tomarnos el pelo, ni buscan los límites de nuestra paciencia, ni hacen cosas a propósito para enfadarnos. Primero porque nos quieren, y la mayor satisfacción para un bebé o un niño es ver a sus padres felices, y sobretodo porque son incapaces de hacerlo: su cerebro tardará muchos años en tener la capacidad de desarrollar alguno de esos comportamientos maquiavélicos que les asignamos a veces a los pocos meses de nacer. Esa impresión general de que los bebés intentan tomar el pelo a sus padres, o enfadarlos, nace de la incomprensión hacia ellos, de juzgarlos con ojos de adulto, de intentar averiguar el origen de su comportamiento con un esquema mental adulto.
A partir de este momento, en la crianza en general entran en juego unos métodos que chocan frontalmente con nuestra idea de respetar en todos los aspectos a nuestros hijos. El respeto excluye totalmente la violencia. Esto se entiende perfectamente con la violencia física, pero hay una violencia que pasa desapercibida y que también es muy perjudicial. Es la violencia verbal: amenazas, chantajes, ridiculización e insultos. La forma de crianza mayoritaria, a partir de que el niño tiene capacidad de actuar y decidir algo por si mismo, se basa de manera tenaz en dos de estos principios: la amenaza y el chantaje.
Especialmente entran en juego a partir de los dos años (aproximadamente), cuando se despierta totalmente la voluntad, aparecen las ideas propias, las rabietas, y entran de lleno en la etapa egocéntrica de quererlo “todo para mi y ahora”. Es una etapa muy crítica donde hasta los convencidos empiezan a dudar si realmente su hijo no les está retando o enfadándolos a propósito. En esta etapa es fundamental la formación, buscar información que nos permita entender o al menos intuir qué pasa por esas cabecitas que tan pronto ríen a carcajadas como se echan al suelo entre grandes berridos, que de pronto quieren una cosa como la contraria, que se niegan a obedecer en cosas que antes lo hacían, que convierten un cambio de ropa en un drama…
Sólo entendiendo e interiorizando que no lo hacen para fastidiarnos, que también sufren cuando están así, estaremos en el camino de facilitarles las cosas y contenerlos en esos momentos tan difíciles de sus vidas. La psicóloga Violeta Alcocer define esta etapa como “el primer duelo”. La primera vez que nuestros hijos se ven en la encrucijada de dejar algo atrás: deben abandonar los comportamientos de “bebés” que ya no les sirven en la nueva etapa en la que entran y adquirir nuevos comportamientos de “niño”. Tanto una cosa como la otra les provoca tensión y confusión: ¿qué me dejo en el camino? ¿qué me llevo a esta nueva aventura? Es una etapa de lo que se suelen llamar “recaídas”: de repente vuelven a pedir muchos brazos, que los acunemos, niños que ya tomaban poco pecho vuelven a demandarlo con ansia, muchos de ellos incluso dicen claramente que quieren ser bebés de nuevo. Entre toda esta confusión debemos tratar de ser coherentes y mantener la calma. Nuestro enfado e incomprensión ante estas situaciones no hará otra cosa que confundirlos más y ponerlos más nerviosos. Y por supuesto los castigos deben ser excluidos totalmente: todos esos comportamientos forman parte de su crecimiento como persona, son normales, inevitables en muchas ocasiones. No tienen otra manera de sacar fuera su malestar, su nerviosismo, su miedo, su demanda de satisfacción de necesidades que no hemos sabido atender. Su forma de decirnos que necesitan más tiempo con nosotros y más mimos puede ser una descomunal rabieta por una galleta que se rompe al caer al suelo: no tienen recursos para pedirlo de otra forma, posiblemente porque ni siquiera saben qué quieren pedir, solo saben que se sienten mal. Castigar estos comportamientos es por tanto castigar a nuestros hijos por ser como son, por crecer de una manera normal.
Los castigos en general, no solo en estos casos, son algo a evitar cuando se habla de criar con cariño y respeto. Merecería un texto aparte hablar de este apartado, porque si ya se hace difícil en muchas ocasiones pensar en una crianza sin amenazas, una crianza sin castigos parece poco menos que imposible. El castigo suele ser el resultado de una amenaza o bien una reacción a un comportamiento que no nos ha gustado. Si evitamos las amenazas evitamos de paso una parte de los castigos. Cuando una acción es de verdad incorrecta acarrea unas consecuencias desagradables, y esas consecuencias son las que hay que hacer ver y vivir al niño para que entienda por qué es incorrecta esa acción. Si la acción no tiene consecuencias desagradables para nadie deberemos plantearnos si realmente es incorrecta. Inventarnos unas consecuencias desagradables para una acción con el fin de evitar que se repita no logra ninguno de sus fines: no se entiende por qué esa acción es incorrecta, y por tanto no cumple su función de educar, y no consigue que la acción no se repita: solo logra que no se repita en nuestra presencia, pues el niño no entiende por qué no debe repetirlo, solo que no debe repetirlo si estamos mirando. El castigo induce a los niños a mentir y merma su confianza en nosotros.
Volvemos a la amenaza y el chantaje: para conseguir que el niño haga lo que quiero o bien le amenazo con algo que no le gusta o bien le hago chantaje con algo que le gusta. Si cuando hablamos de adultos amenazar o chantajear son actos detestables no deberían ser menos cuando hablamos de niños. La amenaza y el chantaje provocan miedo en el niño, miedo a perder algo que le gusta o a que le obliguen a hacer algo que no le gusta. El miedo no es buen caldo de cultivo para nada, y no debería utilizarse en la crianza si pretendemos un desarrollo pleno y armónico. Estos dos comportamientos son los que más cuestan de erradicar de la crianza, porque los vemos a diario, porque los han utilizado con nosotros, nos han quedado grabados y nos salen de manera casi instintiva, y sobretodo porque evitarlos exige el esfuerzo de entender a nuestros hijos, de confiar plenamente en ellos en momentos en que parece que están en nuestra contra, y de encontrar caminos alternativos. Los tenemos tan interiorizados que no es difícil caer en ellos incluso cuando uno ya se ha planteado criar prescindiendo de ellos.
La ridiculización también se utiliza ampliamente en la crianza y en muchos colegios. Es muy habitual comparar a nuestros hijos con otros niños destacando aquello que los otros hacen y el nuestro no, o al revés, de manera que siempre hay al menos un niño menospreciado respecto a otro. Y en los colegios todavía es muy habitual el castigo frente a toda la clase, aunque ahora lo llamen “silla de pensar” en lugar de “de cara a la pared”, que por más carga pedagógica que se le quiera echar encima no tiene otro objetivo que cambiar el comportamiento del niño ridiculizándolo frente a sus compañeros. Otro tema que debería hacernos pensar, es qué va a pasar con toda esta generación de niños que está creciendo teniendo como primera asociación mental de la palabra “pensar” la de “castigo” o “ridículo”. ¿Les apetecerá pensar en el futuro?
La autorregulación es el otro pilar en el que se apoya este modelo de crianza. La autorregulación exige mucho de nuestra parte, ya que obliga a esconder nuestro ego y a aceptar que nuestros hijos son capaces de encontrar su camino por si mismos en todos aquellos aspectos que de manera natural han de desarrollar. Así pues se trata de aceptar que no necesitan que les enseñemos a comer, ni a gatear, ni a caminar, ni a controlar esfínteres…
No necesitan que les socialicemos a la fuerza, porque ellos mismos marcarán el ritmo con el que quieran ampliar su círculo de relaciones, no necesitan que dirijamos su juego porque si tienen donde elegir sabrán a qué o con qué les interesa más jugar… y más adelante, que es lo que nos lleva a La Serrada, no necesitan que les digamos qué, como, o cuando aprender, ya que la curiosidad y las ganas de aprender son algo innato y natural en el ser humano.
No siempre es fácil confiar en la autorregulación. En la alimentación por ejemplo es algo que cuesta si nuestro hijo tarda en aceptar la comida sólida, pero en estos casos son nuestras expectativas y no nuestros hijos los que causan el problema. Si tenemos la expectativa de que nuestro hijo empezará a comer con 6 meses y no empieza hasta que tiene un año estamos creando un problema donde no lo hay, si pensamos que caminará con 12 meses y a los 15 aun no camina también nos preocupamos, aunque sea perfectamente normal, si a los tres años aun lleva pañales también nos preocupa… y es cuando no se cumplen nuestras expectativa cuando tendemos a intervenir, con lo que solemos complicar el proceso: convertimos cada comida en una batalla, nos rompemos la espalda arrastrando a nuestros niños de los dedos cuando aun no están listos para caminar, probamos mil métodos para quitarles el pañal que suelen acabar con enfados y tensiones…..
La autorregulación requiere olvidarse de plazos y confiar en que lo que es natural que pase, pasará. Eso sí, siempre y cuando el niño se sienta seguro, confiado, querido y aceptado tal cual es No podemos pretender que la autorregulación funcione en un niño al que se presiona para comer, o se le castiga si no come, al que se fuerza a tener un comportamiento no adecuado para su edad porque es lo socialmente bien visto. No podemos pretender que un niño se autorregule en el control de esfínteres si alguien le está presionando para que deje los pañales, ni que su socialización se desarrolle adecuadamente si es forzado a socializar tempranamente y en entornos que le resultan hostiles, ni podemos pretender que se autorregule en cuanto a conocimiento del mundo y aprendizaje si hay quien decide a priori qué es lo que tiene que aprender, cuando tiene que aprenderlo y cómo tiene que hacerlo.
En resumen diría que todo consiste en tratar a nuestros hijos como a cualquier otra persona a la que queremos y confiar en que no son un entorno que tiende al caos si no intervenimos, sino todo lo contrario: confiando en ellos plenamente se desarrollarán de manera libre, armónica, y sobre todo, felices.
Y eso es lo que pretende La Serrada, crear un espacio donde los niños de familias que creen en esta visión de la crianza puedan desarrollarse y aprender todo lo que necesiten de una manera respetuosa, con cariño y a su propio ritmo. Un espacio en el que no se delega la educación en los profesionales sino que se comparte esa responsabilidad entre profesional y familia, que sigue siendo el pilar básico de la educación. Un espacio en el que la importancia recae en el cómo, no el qué.

Este camino no es otra cosa que el tratar de criar a nuestros hijos con unos valores y principios muy claros: cariño y respeto, y con la confianza total en que ellos mismos son capaces de trazar su propio ritmo en su evolución, su crecimiento, y en las formas de relacionarse con el entorno y con otras personas. Lo que llamamos autorregulación.Cuando hablamos de respeto hablamos de respetar al niño como persona, sus derechos, sus necesidades básicas, su integridad física y moral, su ritmo personal y único de crecimiento, su necesidad de apego, su dependencia…Criar en base a estos principios requiere una maternidad/paternidad consciente, vivida plenamente y con intensidad, sin dejarse arrastrar por lo que lleva la corriente o hace la mayoría, planteándose ante cada paso qué es lo que nos hace sentir mejor a nosotros y a nuestros hijos y no qué es lo que ha hecho mi vecino o qué es lo que hicieron mis padres.No es un camino fácil ya que normalmente los padres que en algún momento nos decantamos por vivir de esta manera con nuestros hijos no tenemos una experiencia que nos sirva como base. Casi todos hemos sido criados de una manera muy distinta a la que intentamos aplicar, y de manera casi automática, cuando se plantea una nueva situación con nuestros hijos, la respuesta que nos sale es la que utilizaron nuestros padres o la que en múltiples ocasiones hemos visto utilizar a otros padres en situaciones similares. Cometemos errores, en algunos momentos podemos incluso salirnos del camino, nos falta información, referencias y además la sociedad no acaba de entender esta forma de crianza, confundiéndola a menudo justo con lo contrario: permisividad, pasotismo y falta de límites.Todo lo que expongo a continuación seria un planteamiento aproximado de una familia que ya desde el embarazo tiene unas ideas claras del camino a seguir con sus hijos. Esta sería una situación ideal, pero no es la más común. Muchas familias no se plantean estas cuestiones hasta después de conocer a su hijo, porque es tras conocerlo cuando todas las prácticas estándares de crianza de nuestra sociedad les resultan difíciles o imposibles de aplicar cuando ya no se habla de aplicarlas a un bebé genérico, sino al suyo. Hay quien descubre que no todo son verdades absolutas en la crianza meses o incluso años después de haber tenido hijos, y se replantean totalmente su relación con ellos.Quién inicia este camino desde su origen, es consciente de que la relación con un bebé no empieza con el nacimiento, sino que se inicia ya durante el embarazo y el parto. Estos dos aspectos son tradicionalmente olvidados en la crianza. Son dos “cosas” que han de pasar, y a partir de ahí ya nos planteamos (si nos lo planteamos) como criaremos a nuestros hijos, cuando en realidad son dos procesos muy importantes y con los que ya se inicia la crianza.El embarazo, a ojos de la sociedad, es visto más como una enfermedad que como un proceso natural. Esa visión se traslada a las futuras madres, que mayoritariamente ceden el protagonismo al ginecólogo, se centran en las molestias que causa, y solo miran al punto final: las ganas de que eso acabe y conocer a su bebé, perdiéndose por el camino todo un proceso, que aún con sus inconvenientes es el momento para3empezar a conectar con el bebé, de empezar a crear ese vínculo invisible que mantendrá unidos a mamá y bebé cuando ya no lo estén físicamente.Es el momento también de plantearse el parto, con el que socialmente ocurre algo similar al embarazo: el parto duele y eso provoca miedo. Cuando se oye hablar de partos siempre se habla de dolor, o de como evitar el dolor. Queda la impresión de que todo es dolor en el parto, y así no es raro encontrar mujeres que dicen preferir “que me lo saquen” o “yo prefiero no saber demasiado y hacer caso a lo que me digan” para evitar ese momento que intuyen horrible y doloroso. Es una reacción normal, provocada por el miedo, y no es culpa de la futura mamá sentirse así cuando nunca ha oído una palabra bonita acerca de un parto. En un parto natural, respetado, en el entorno seguro y tranquilo que una mujer necesita, el dolor pasa a un segundo plano, el protagonismo ya no se centra en el dolor, sino en la importancia de lo que está ocurriendo allí: mamá está ayudando a nacer a su bebé, ella sola, a su ritmo, segura de si misma y en profunda conexión con él.Lo primero que podemos hacer por respetar a ese bebé en su llegada al mundo, es permitirle que nazca de la mejor manera posible; y los bebés están preparados para nacer de una manera natural, con una mamá tranquila e ilusionada que sabe que es capaz de ayudarlo a nacer por si misma, sin que la tengan que dirigir ginecólogos o matronas. El hecho de llevar los partos al hospital y someterlos a protocolos estrictos y la mayoría de las veces poco respetuosos con las madres, ha provocado dos efectos: uno bueno, que es facilitar los partos difíciles y otro malo que es complicar los partos sencillos.Aunque no nos solemos acordar, pertenecemos al reino animal, a los mamíferos concretamente, y como cualquier hembra de mamífero una mujer necesita un entorno favorable para tener un parto sin dificultades. El miedo dificulta e incluso paraliza los partos en todos los mamíferos, y la especie humana no es una excepción. Es un mecanismo de protección que la selección natural ha hecho que perdure: ante una situación de peligro real en un entorno natural, lo mejor es no parir, pues la cría, e incluso la madre, tendrían pocas posibilidades de subsistir. Como la evolución no entiende de años, sino de miles o millones de años, ese mecanismo sigue activo en las mujeres por más que no haya un peligro real en el hospital, y se dispara ante el miedo e inseguridad que provoca un protocolo hospitalario deshumanizado. Así pues se da la paradoja de que muchos de esos partos que se intentan acelerar en el hospital con oxitocina sintética, se han parado o ralentizado por efecto del propio hospital.Así pues, quien tiene la suerte de plantearse estas cuestiones antes de que nazca su hijo suele empezar por buscar un parto natural, respetado, en el que las matronas acompañen a la madre en lugar de dirigirla, en el que sean su apoyo y no las que marquen el ritmo, y en el que los médicos y protocolos hospitalarios solo entren en juego ante un peligro real para la madre o el bebé.Nuestro bebé ha nacido, y tanto el sentido común como la teoría del apego (John Bowlby) nos dicen que ese bebé necesita contacto con mamá. Esta teoría dice entre otras muchas cosas que el bebé nace con una serie de conductas que tienen como finalidad provocar nuestra respuesta (llanto, succión, sonrisas reflejas, calmarse al ser acunado…) y curiosamente la respuesta que provoca en nosotros cualquiera de esas acciones es la de acercarnos al bebé. Los bebés nacen con una necesidad de contacto físico casi continuo que hay que respetar, durante todo el tiempo que nos lo demanden y empezando por el momento en que nacen, evitando que sean separados de su madre por protocolos inútiles como pesarlos, lavarlos o aspirarles las vías respiratorias. Durante la primera hora tras el nacimiento el bebé suele estar más despierto, instintivamente busca el pezón y empieza a succionar. Es básico no separar al bebé de su mamá en esta primera hora para un correcto inicio de la lactancia.La lactancia materna es la manera natural y la más respetuosa de alimentar a un bebé. Una lactancia en exclusiva hasta que se inicie la alimentación complementaria y que se puede prolongar hasta que ambos decidan. La OMS recomienda la lactancia en exclusiva hasta los 6 meses y prolongarla al menos hasta los dos años. Hay muchos mitos acerca de la lactancia prolongada, no merece la pena comentarlos: todos son falsos. No hay ningún problema ni para el niño ni para la mamá en lactar durante dos o más años. La lactancia, además de ser el mejor alimento para el bebé, tiene también otras funciones tan importantes como la alimentación en el plano emocional: ofrece contacto, consuelo, favorece el estrechamiento del vínculo materno.No son pocos los problemas con los que se encuentran las madres que deciden amamantar a sus hijos. En nuestra sociedad no se ve apenas a madres amamantando a sus hijos en la vida cotidiana, y dar el pecho de manera correcta es algo que se aprende viendo a otras madres hacerlo. De ahí la importancia de los grupos de4apoyo a la lactancia que están surgiendo en muchas ciudades como respuesta a esa necesidad que las madres que quieren dar pecho tienen de relacionarse con otras madres que ya lo han hecho o lo están haciendo, para no sentirse solas en este mundo en el que parece que apenas quedan madres que dan el pecho y para corregir hábitos incorrectos o problemas debidos precisamente a eso, a no tener ninguna referencia válida en cuanto a la forma correcta de hacerlo.Ya hemos comentado que el contacto con mamá, el contacto físico en general, es una necesidad primaria de los bebés y los niños, y es una necesidad que debemos respetar. Mamá será además su figura principal de apego, aquella con la que establecerá su primera relación humana, aquella en la que principalmente buscará consuelo y cobijo y desde la que iniciará su relación con otras personas. Ese contacto ofrece también algo muy importante no solo cuando nuestro niño es un bebé, sino también durante todas las fases de su desarrollo y crecimiento: seguridad.La seguridad es básica para que un niño pueda desarrollarse plenamente y necesaria para que la autorregulación funcione. Un niño con miedo sólo está pendiente de su miedo y no es capaz de relacionarse de manera completa con su entorno ni con otras personas, y para nuestros hijos, desde que nacen y durante muchos años, la seguridad somos nosotros. Si algo debe tener un niño claro siempre, sin lugar a dudas, es que sus padres están ahí cuando los necesita, y que lo quieren incondicionalmente pase lo que pase y haga lo que haga. Una de las cosas que a toda costa hay que evitar, es que un niño pueda sentir que sus padres le quieren según como se comporte, o que acudirán cuando los llame según las circunstancias Un niño que no está seguro de cómo reaccionarán sus padres si se lanza a un reto que le produce cierto respeto, abordará ese reto temeroso, o evitará abordarlo. Un niño que tiene el respaldo incondicional de sus padres ante cualquier situación abordará ese mismo reto de otra manera, pues sabe sin lugar a dudas que basta llamar a mamá o papá si ocurre algo y ahí estarán para ayudarle.Llevar al bebé mucho tiempo en brazos o en portabebés que los mantienen pegados a nuestro cuerpo ayuda a satisfacer esa necesidad de contacto continuo cuando son pequeños, dormir con ellos también.El sueño de los bebés es muy diferente al de los adultos. No sigue los mismos tiempos ni tiene las mismas fases (más información en “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové). Existen varios métodos que prometen ser capaces de ajustar su sueño al nuestro. En realidad es un mismo método sin ningún rigor científico que diversos autores se han ido copiando entre si y que se basa en una premisa clave: desatender el llanto del bebé hasta que este se de cuenta de que por la noche es inútil llamarnos llorando. Realmente nuestro bebé no dormirá más, pero obtendremos la comodidad de que ya no nos moleste cuando se despierte, a cambio eso si, de quebrar algo que ya hemos comentado que es absolutamente necesario para el desarrollo pleno de un bebé: la total confianza y seguridad en que su mamá y su papá le atenderán en cualquier momento en que los necesite. La responsabilidad de la utilización de estos métodos no puede recaer toda en los padres, que a veces los aplican con un profundo sufrimiento porque se creen las falsas amenazas que según los autores de estos best-seller ocurrirán a sus hijos si no duermen de tirón desde poco después de nacer.Los bebés necesitan sentirse seguros para dormir tranquilos, y esa seguridad se la proporciona el contacto con mamá (y con el tiempo con papá). Ese y no otro es el motivo por el que muchos bebés se despiertan en cuanto los dejan en la cuna, o lloran desconsolados cuando se despiertan por la noche y se sienten solos. Una forma de proporcionar ese contacto, que además favorece el descanso de mamá, es dormir con ellos. El colecho suele favorecer el sueño del bebé y además permite a mamá darle pecho sin tener que levantarse ni hacer viajes por la casa.Hay una tendencia a llevar a los bebés cada vez más pronto a su propia habitación, en defensa de una mal entendida independencia. Son muchos los supuestos “expertos” que nos amenazan con los mil males que nos ocurrirán si dormimos con nuestros hijos. Parece que estos “expertos” no saben que lo de dormir padres e hijos separados solo se da de manera mayoritaria en EE.UU., Canadá y parte sur de Europa, y que por ejemplo, en los países nórdicos, las cifras de colecho rondan el 80%, y en Japón el 90%. De nuevo hablamos de respeto: si dormir acompañado es una necesidad de nuestro bebé ¿qué problema hay en respetarla?Desde el momento del nacimiento la ignorancia bienintencionada del entorno empieza a aconsejar: si lo tienes mucho en brazos se va a hacer dependiente y no te lo quitarás de encima. Como dice Yolanda González, a un bebé no se le puede hacer dependiente, porque nace dependiente. Podemos respetar esa necesidad de dependencia y contacto o podemos ignorarla, pero la dependencia esta ahí, no la creamos5nosotros. No hay ningún mamífero que nazca más indefenso y por tanto con mayor necesidad de cuidados que un bebé humano, que tardará al menos 7 u 8 meses en poder desplazarse mínimamente por si mismo. ¿Como no va a ser dependiente una criatura sin ninguna capacidad de desplazarse por si misma y cuya mamá es su única fuente de alimento?Con todo, no resulta demasiado difícil llevar una crianza respetuosa en los primeros meses de vida si se consigue dejarse llevar por lo que el bebé demanda y se ignoran consejos inadecuados. Aunque puede resultar físicamente agotador casi todo consiste en lactancia, mucho contacto y mucho cariño.Cuando empezará a costarnos mantener nuestros principios y valores será cuando nuestro bebé deje de ser ese sujeto pasivo que va con nosotros a todas partes en la mochila o la bandolera, y empiece a explorar el mundo primero a través del gateo y después caminando. Sobre estas etapas iniciales en cuanto al “despertar de la voluntad” de nuestros hijos conviene buscar información válida que nos ayudará a no caer en pensamientos en la línea de “me está tomando el pelo”.Este modelo de crianza requiere también una forma de ver a los niños y bebés, y desarrollar una capacidad de empatía con ellos que no siempre es fácil, ya que sus esquemas mentales no se parecen en nada a los nuestros, y por tanto no nos suele resultar nada fácil ponernos en su lugar. Los bebés y niños son buenas personas. Por más que nos digan no intentan tomarnos el pelo, ni buscan los límites de nuestra paciencia, ni hacen cosas a propósito para enfadarnos. Primero porque nos quieren, y la mayor satisfacción para un bebé o un niño es ver a sus padres felices, y sobretodo porque son incapaces de hacerlo: su cerebro tardará muchos años en tener la capacidad de desarrollar alguno de esos comportamientos maquiavélicos que les asignamos a veces a los pocos meses de nacer. Esa impresión general de que los bebés intentan tomar el pelo a sus padres, o enfadarlos, nace de la incomprensión hacia ellos, de juzgarlos con ojos de adulto, de intentar averiguar el origen de su comportamiento con un esquema mental adulto.A partir de este momento, en la crianza en general entran en juego unos métodos que chocan frontalmente con nuestra idea de respetar en todos los aspectos a nuestros hijos. El respeto excluye totalmente la violencia. Esto se entiende perfectamente con la violencia física, pero hay una violencia que pasa desapercibida y que también es muy perjudicial. Es la violencia verbal: amenazas, chantajes, ridiculización e insultos. La forma de crianza mayoritaria, a partir de que el niño tiene capacidad de actuar y decidir algo por si mismo, se basa de manera tenaz en dos de estos principios: la amenaza y el chantaje.Especialmente entran en juego a partir de los dos años (aproximadamente), cuando se despierta totalmente la voluntad, aparecen las ideas propias, las rabietas, y entran de lleno en la etapa egocéntrica de quererlo “todo para mi y ahora”. Es una etapa muy crítica donde hasta los convencidos empiezan a dudar si realmente su hijo no les está retando o enfadándolos a propósito. En esta etapa es fundamental la formación, buscar información que nos permita entender o al menos intuir qué pasa por esas cabecitas que tan pronto ríen a carcajadas como se echan al suelo entre grandes berridos, que de pronto quieren una cosa como la contraria, que se niegan a obedecer en cosas que antes lo hacían, que convierten un cambio de ropa en un drama…Sólo entendiendo e interiorizando que no lo hacen para fastidiarnos, que también sufren cuando están así, estaremos en el camino de facilitarles las cosas y contenerlos en esos momentos tan difíciles de sus vidas. La psicóloga Violeta Alcocer define esta etapa como “el primer duelo”. La primera vez que nuestros hijos se ven en la encrucijada de dejar algo atrás: deben abandonar los comportamientos de “bebés” que ya no les sirven en la nueva etapa en la que entran y adquirir nuevos comportamientos de “niño”. Tanto una cosa como la otra les provoca tensión y confusión: ¿qué me dejo en el camino? ¿qué me llevo a esta nueva aventura? Es una etapa de lo que se suelen llamar “recaídas”: de repente vuelven a pedir muchos brazos, que los acunemos, niños que ya tomaban poco pecho vuelven a demandarlo con ansia, muchos de ellos incluso dicen claramente que quieren ser bebés de nuevo. Entre toda esta confusión debemos tratar de ser coherentes y mantener la calma. Nuestro enfado e incomprensión ante estas situaciones no hará otra cosa que confundirlos más y ponerlos más nerviosos. Y por supuesto los castigos deben ser excluidos totalmente: todos esos comportamientos forman parte de su crecimiento como persona, son normales, inevitables en muchas ocasiones. No tienen otra manera de sacar fuera su malestar, su nerviosismo, su miedo, su demanda de satisfacción de necesidades que no hemos sabido atender. Su forma de decirnos que necesitan más tiempo con nosotros y más mimos puede ser una descomunal rabieta por una galleta que se rompe al caer al suelo: no tienen recursos para pedirlo de otra forma, posiblemente porque ni siquiera saben qué quieren pedir, solo6saben que se sienten mal. Castigar estos comportamientos es por tanto castigar a nuestros hijos por ser como son, por crecer de una manera normal.Los castigos en general, no solo en estos casos, son algo a evitar cuando se habla de criar con cariño y respeto. Merecería un texto aparte hablar de este apartado, porque si ya se hace difícil en muchas ocasiones pensar en una crianza sin amenazas, una crianza sin castigos parece poco menos que imposible. El castigo suele ser el resultado de una amenaza o bien una reacción a un comportamiento que no nos ha gustado. Si evitamos las amenazas evitamos de paso una parte de los castigos. Cuando una acción es de verdad incorrecta acarrea unas consecuencias desagradables, y esas consecuencias son las que hay que hacer ver y vivir al niño para que entienda por qué es incorrecta esa acción. Si la acción no tiene consecuencias desagradables para nadie deberemos plantearnos si realmente es incorrecta. Inventarnos unas consecuencias desagradables para una acción con el fin de evitar que se repita no logra ninguno de sus fines: no se entiende por qué esa acción es incorrecta, y por tanto no cumple su función de educar, y no consigue que la acción no se repita: solo logra que no se repita en nuestra presencia, pues el niño no entiende por qué no debe repetirlo, solo que no debe repetirlo si estamos mirando. El castigo induce a los niños a mentir y merma su confianza en nosotros.Volvemos a la amenaza y el chantaje: para conseguir que el niño haga lo que quiero o bien le amenazo con algo que no le gusta o bien le hago chantaje con algo que le gusta. Si cuando hablamos de adultos amenazar o chantajear son actos detestables no deberían ser menos cuando hablamos de niños. La amenaza y el chantaje provocan miedo en el niño, miedo a perder algo que le gusta o a que le obliguen a hacer algo que no le gusta. El miedo no es buen caldo de cultivo para nada, y no debería utilizarse en la crianza si pretendemos un desarrollo pleno y armónico. Estos dos comportamientos son los que más cuestan de erradicar de la crianza, porque los vemos a diario, porque los han utilizado con nosotros, nos han quedado grabados y nos salen de manera casi instintiva, y sobretodo porque evitarlos exige el esfuerzo de entender a nuestros hijos, de confiar plenamente en ellos en momentos en que parece que están en nuestra contra, y de encontrar caminos alternativos. Los tenemos tan interiorizados que no es difícil caer en ellos incluso cuando uno ya se ha planteado criar prescindiendo de ellos.La ridiculización también se utiliza ampliamente en la crianza y en muchos colegios. Es muy habitual comparar a nuestros hijos con otros niños destacando aquello que los otros hacen y el nuestro no, o al revés, de manera que siempre hay al menos un niño menospreciado respecto a otro. Y en los colegios todavía es muy habitual el castigo frente a toda la clase, aunque ahora lo llamen “silla de pensar” en lugar de “de cara a la pared”, que por más carga pedagógica que se le quiera echar encima no tiene otro objetivo que cambiar el comportamiento del niño ridiculizándolo frente a sus compañeros. Otro tema que debería hacernos pensar, es qué va a pasar con toda esta generación de niños que está creciendo teniendo como primera asociación mental de la palabra “pensar” la de “castigo” o “ridículo”. ¿Les apetecerá pensar en el futuro?La autorregulación es el otro pilar en el que se apoya este modelo de crianza. La autorregulación exige mucho de nuestra parte, ya que obliga a esconder nuestro ego y a aceptar que nuestros hijos son capaces de encontrar su camino por si mismos en todos aquellos aspectos que de manera natural han de desarrollar. Así pues se trata de aceptar que no necesitan que les enseñemos a comer, ni a gatear, ni a caminar, ni a controlar esfínteres…No necesitan que les socialicemos a la fuerza, porque ellos mismos marcarán el ritmo con el que quieran ampliar su círculo de relaciones, no necesitan que dirijamos su juego porque si tienen donde elegir sabrán a qué o con qué les interesa más jugar… y más adelante, que es lo que nos lleva a La Serrada, no necesitan que les digamos qué, como, o cuando aprender, ya que la curiosidad y las ganas de aprender son algo innato y natural en el ser humano.No siempre es fácil confiar en la autorregulación. En la alimentación por ejemplo es algo que cuesta si nuestro hijo tarda en aceptar la comida sólida, pero en estos casos son nuestras expectativas y no nuestros hijos los que causan el problema. Si tenemos la expectativa de que nuestro hijo empezará a comer con 6 meses y no empieza hasta que tiene un año estamos creando un problema donde no lo hay, si pensamos que caminará con 12 meses y a los 15 aun no camina también nos preocupamos, aunque sea perfectamente normal, si a los tres años aun lleva pañales también nos preocupa… y es cuando no se cumplen nuestras expectativa cuando tendemos a intervenir, con lo que solemos complicar el proceso: convertimos cada comida en una batalla, nos rompemos la espalda arrastrando a nuestros niños de los dedos cuando aun no7están listos para caminar, probamos mil métodos para quitarles el pañal que suelen acabar con enfados y tensiones…..La autorregulación requiere olvidarse de plazos y confiar en que lo que es natural que pase, pasará. Eso sí, siempre y cuando el niño se sienta seguro, confiado, querido y aceptado tal cual es No podemos pretender que la autorregulación funcione en un niño al que se presiona para comer, o se le castiga si no come, al que se fuerza a tener un comportamiento no adecuado para su edad porque es lo socialmente bien visto. No podemos pretender que un niño se autorregule en el control de esfínteres si alguien le está presionando para que deje los pañales, ni que su socialización se desarrolle adecuadamente si es forzado a socializar tempranamente y en entornos que le resultan hostiles, ni podemos pretender que se autorregule en cuanto a conocimiento del mundo y aprendizaje si hay quien decide a priori qué es lo que tiene que aprender, cuando tiene que aprenderlo y cómo tiene que hacerlo.En resumen diría que todo consiste en tratar a nuestros hijos como a cualquier otra persona a la que queremos y confiar en que no son un entorno que tiende al caos si no intervenimos, sino todo lo contrario: confiando en ellos plenamente se desarrollarán de manera libre, armónica, y sobre todo, felices.

Fuente: http://www.laserrada.org/

2 comentarios:

paloma dijo...

María no tiene desperdicio. Besos.

LiS dijo...

Gracias Maria por compartir tan lindo articulo con nosotros. Besos desde Argentina!!!