Deepak Chopra: Las Siete Leyes Espirituales para Padres

LOS NIÑOS Y EL ESPÍRITU: LA ENSEÑANZA DE LA INOCENCIA


"Las Siete Leyes Espirituales habrán de expresarse en un lenguaje diferente, menos abstracto, para exponérselas a un niño. Afortunadamente, estas leyes se pueden expresar de tal modo que hasta un niño pequeño puede llevarlas consigo en su mente y en su corazón:

Primera Ley: TODO ES POSIBLE.

Segunda Ley: SI QUIERES RECIBIR ALGO, ENTRÉGALO.

Tercera Ley: CADA VEZ QUE TOMAS UNA DECISIÓN, CAMBIAS EL FUTURO.

Cuarta Ley: NO DIGAS QUE NO; DÉJATE FLUIR.

Quinta Ley: SIEMPRE QUE QUIERES O DESEAS ALGO, SIEMBRAS UNA SEMILLA.

Sexta Ley: DISFRUTA DEL VIAJE.

Séptima Ley: ESTÁS AQUÍ POR UN MOTIVO.

El día que escribí estas breves frases no dediqué mucho tiempo a pensar en ellas, pero después me di cuenta de que si a mí me hubieran enseñado estas siete frases cuando era niño, mi vida habría sido profundamente diferente. Yo habría sabido algo precioso y práctico al mismo tiempo, algo que no habría ido olvidando como las lecciones de la infancia, sino que habría ido madurando año tras año como entendimiento espiritual.

Un niño criado con preparación espiritual será capaz de responder a las preguntas más básicas sobre cómo funciona el universo; comprenderá la fuente de la creatividad tanto dentro como fuera de sí mismo; será capaz de practicar la abstinencia de juicios de valor, la aceptación y la verdad, que son las habilidades más valiosas que puede poseer una persona para el trato con las demás personas, y estará libre del miedo y de la angustia paralizadores sobre el sentido de la vida que es la carcoma que corroe en secreto el corazón de la mayoría de los adultos, aunque no sean capaces de reconocerlo.

El sustento más profundo que puedes dar a tu hijo es el sustento espiritual. No estoy hablando de obligar a tus hijos a aceptar unas reglas establecidas, del mismo modo que les enseñamos a ser "buenos" so pena de recibir un castigo. Cada una de las Siete Leyes Espirituales debe comunicarse no como una regla o un precepto rígido, sino como tu propia manera de ver la vida. Como padre enseñarás con mucha mayor eficacia en virtud de quién eres, que en virtud de lo que dices. Esto forma parte, por sí mismo, de la perspectiva espiritual.

(...)

CÓMO EMPEZAR

Desde el día en que nace tu hijo, tú eres un maestro de espíritu. Si creas un ambiente de confianza, de apertura, de ausencia de juicios de valor y de aceptación, estas cualidades serán absorbidas como cualidades del espíritu.

En un mundo perfecto, la paternidad se podría resumir en una sola frase: Enseña sólo amor, sé sólo amor. Pero en el mundo con el que todos tenemos que conformarnos, los niños se crían para tener que afrontar muchas conductas carentes de amor, sobre todo fuera de su hogar, pero también a veces dentro del hogar. En vez de preocuparte de si estás provisto del amor suficiente para poder ejercer de maestro espiritual, considera que la espiritualidad es una habilidad propia del arte de vivir, pues en efecto lo es. Yo creo que estas habilidades se deben ejercer tan pronto como sea posible por cualesquiera medios que el niño pueda comprender.

Recién Nacido: de 0 a 1 año
Palabras claves: AMOR, AFECTO, ATENCIÓN

Afortunadamente para nuestra generación, ya se descartado el concepto erróneo de que los niños deben recibir una disciplina y una formación desde la cuna. Un niño recién nacido es oro puro espiritual. Velar por su inocencia es un medio para encontrar el camino que nos conduce de nuevo hacia la nuestra. Así, pues, en un sentido muy importante, el padre es quien ha de sentarse a los pies del niño pequeño. Estableces unos vínculos espirituales con tu niño recién nacido tocándolo, teniéndolo en brazos, proporcionándole seguridad, jugando con él y prestándole atención. El organismo humano no puede florecer sin estas reacciones "primitivas" del entorno: falto de ellas, languidece y se marchita como una flor que no recibe luz del sol.

Niño pequeño, de 1 a 2 años
Palabras claves: LIBERTAD, ALIENTO, RESPETO

Esta es la etapa en que el niño comienza a adquirir su ego. Cuando digo "ego" me refiero al "yo" en su sentido más sencillo a la noción de que "yo soy". Es una época precaria, pues el niño está ensayando por primera vez la separación con respecto a su madre o a su padre. La seducción de la libertad y de la curiosidad lo atraen en un sentido, pero también existe el miedo y la inseguridad que tiran de él en otro sentido. No todas las experiencias que acompañan a la independencia son agradables. Depende de los padres, por tanto, transmitir una lección espiritual sin la cual ningún niño puede desarrollar una verdadera independencia personal: la de que el mundo es un lugar seguro.

Si sientes seguridad en tu edad adulta, se debe a que no fuiste acondicionado por el miedo en algún momento de tu infancia antes de cumplir los dos años; a que, en lugar de ello, te alentaron para que te expansionases sin límites, para que valorases la libertad a pesar de las heridas que puede hacerse un niño con cierta frecuencia cuando se da golpes con las cosas de este mundo. No es lo mismo caerse que fracasar; no es lo mismo hacerse daño que llegar a la conclusión de el mundo es peligroso. Hacerse daño no es más que un medio del que se sirve la Naturaleza para decir al niño dónde se encuentran los límites; el dolor existe para enseñar al niño pequeño dónde comienza y dónde termina el "yo", para ayudar a niño a evitar posibles peligros tales como el de quemarse o el de caerse por las escaleras.

Cuando los padres distorsionan este proceso natural de aprendizaje, la consecuencia es un sentimiento de dolor psicológico, ajeno a lo que pretendía la Naturaleza. El dolor psicológico establece unos límites que no podemos cruzar sin sentir una angustia profunda sobre el estado de nuestro propio ser. Si un niño asocia el dolor con la idea de que es malo, débil o incapaz de valerse por sí mismo, o con la idea de que está rodeado de amenazas constantes, no le quedará sitio para su desarrollo interior. Pues, cuando NO hay un sentimiento de seguridad, el espíritu resulta inalcanzable: la persona se dedica constantemente a intentar sentirse seguro en este mundo y nada más, pero esa seguridad no se puede conseguir sin superar lo que ha quedado grabado en la mente durante la primera infancia.

Prescolar, de 2 a 5 años
Palabras claves: MERECER, EXPLORAR, APROBAR

Esta etapa se dedica plenamente a construir el sentimiento de autoestima en el niño. La autoestima lo prepara para salir de la familia y encontrarse con el mundo, grande y ancho. Se identifica con las tareas y los desafíos. Hasta los dos o tres años de edad, el niño empieza a darse cuenta de que el "yo soy" puede identificarse con el "yo puedo". Cuando el ego de un niño de dos años se da cuenta de esto, ya no hay quien lo pare. Se cree que tiene en un puño a todo el mundo (y, desde luego, a todos los miembros de su familia). Su "yo" es como un generador eléctrico que se acaba de poner en marcha, y lo que hace que los niños de dos años sean terribles es que su ego recién nacido tiene subidas de energía de una manera incontrolable. El niño grita, chilla, corretea,esgrime la palabra todopoderosa ¡NO! e intenta, en general, gobernar la realidad con su simple voluntad: ¡esto es exactamente lo que debe suceder en esta etapa!

Espiritualmente, el valor de la etapa prescolar estriba en que el poder es espiritual: sólo la distorsión del poder genera problemas. Por lo tanto, en lugar de intentar reprimir el ansia de poder de tu hijo, lo que debes hacer es canalizarla hacia tareas y desafíos que le enseñen equilibrio. Si no se le aporta equilibrio, la sed de poder de un prescolar acabará en dolor, pues sus vivencias consisten en gran medida en una ilusión de poder.

Un niño de dos años que da voces sigue siendo una persona muy pequeña, vulnerable y poco formada. Por amor al niño, debemos permitirle que mantenga esa ilusión de poder, porque queremos que se desarrolle como una persona fuerte y capacitada que se sienta a la altura de cualquier desafio que se le presente. Este sentido de la autoestima no se desarrolla si el sentimiento de poder se anula o se reprime en esta etapa. "

__________________
CHOPRA, DEEPAK: Las Siete Leyes Espirituales para Padres. Oriente a sus hijos hacia el éxito y la realización. Editorial EDAF, Madrid, 1998. Fragmentos tomados de las páginas 27-37.

La Magia Existe - del libro "Pintará los soles de su camino"

Llevo unos días dando vueltas al tema de los "Reyes Magos". Esta Navidad mi hija hará 3 años y toca ya plantearse como queremos enfocar este tema. Este texto me hace reflexionar desde otra perspectiva que no había tenido en cuenta. Todos somos magos...

"Recuerdo en mí el viejo sueño de convertirme en bruja y practicar magia blanca. Luego, más adulta, pasé a llamarlo Mujer Sabia. Algo en mí seguía sabiendo que la Magia existía y no era sólo cosa de imaginaciones infantiles.
Tras adentrarme en el universo de la astrología, las cartas del tarot a nivel evolutivo, las piedras... Me di cuenta de que la Verdadera Magia estaba en el día a día y que no necesitaba más que mi pensamiento, mi intención. Pero claro, como en todo aprendizaje, es necesario estudiar, comprender, asimilar y ponernos a hacer prácticas.
Todos somos ya magos, con posibilidades de convertirnos en Magos.
Un día, de repente, cuando mi hijo era aún un recién nacido, me asaltó la siguiente idea: ¿dejará mi hijo de creer en la Magia cuando descubra que los Reyes somos sus padres?
Cuando llega el día 7 de enero, muchos padres –con ojos sin brillo– olvidan que la Verdadera Magia sigue presente. Esos niños sí tienen posibilidades de alejarse de su potencial como Magos.
Pero los niños que conocen la Magia en su día a día, descubren que en realidad, tras el cuento o la historia de que vienen los Reyes Magos, existe sólo una Verdad hermosa.
Esa verdad hermosa la desconocen muchísimos padres...
Quizás tú mismo la hayas olvidado, entonces escucha:
Los Magos no son los padres...
Los Magos son ellos, los niños... ¡Son ellos los que han atraído a sus vidas esos regalos!
Los padres jugamos un solo día a hacer de Reyes Magos y nos perdemos lo mejor del cuento: podemos seguir jugando a ser Magos todos y cada uno de los días de su Vida y de las nuestras...
¿Quiénes eran los Reyes Magos? ¿Conocían entre otros principios la Ley de la Atracción? Ese poder es el mismo del que disponéis tú y tu hijo.
¿Qué es la Magia para ti? ¿Y para tu hijo?
La Vida está llena de símbolos y tu hijo aprenderá con tu ejemplo, o con tu confiada mirada, a jugar con ellos.
Todo son símbolos hacia uno mismo. ¿Qué me estoy diciendo yo mismo con ellos? ¿Qué me quiero decir?
Nada de tu mundo está fuera de tu responsabilidad. Todo lo que ocurre está íntimamente relacionado contigo. Eres tú mismo.
Las aparentes “casualidades” o sincronicidades te recuerdan que estás en el camino de la Magia, que tienes el poder para crear lo que quieras.
Tú eres el dios de tu mundo. Siente esa Certeza.
Si en tu realidad eso no es posible, tienes razón, no lo será.
Cuando en tu realidad eso es posible, tienes también razón y así Es.
Accedes a otro plano superior y a tu alcance está la Magia que construye realidad.
Para ello no necesitas ningún apoyo material. Ni varita, ni traje especial.
Pero mientras tu hijo y tú ensayáis, podéis permitiros jugar con los apoyos que queráis: los elementos, los colores, las visualizaciones...
No existe una única forma de hacer Magia.
Recuerda, la información está al alcance de todos. Igual que la Magia.
Mas solo oyes lo que estás preparado para oír.
La Magia se protege del candidato aún no preparado... O dicho de otro modo,
Tú mismo te alejas de la Magia cuando aún no es tu momento. Lo mismo puede ocurrir en los niños.
Pueden ser niños y ya tener una mente vieja: llena de condicionamientos, dudas, límites, desconfianza...
La confianza en el propio poder, su Certeza, es la fuerza del Mago.
Un niño puede necesitar primero empezar por reconstruir, recuperar, la confianza en él, en ti, en la Vida.
La magia le seguirá acompañando a pesar de no darse cuenta y un día hermoso logrará descubrir que ya es Mago."

LA EDUCACION DE LOS NIÑOS, Gustavo Martín Garzo

En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación los niños. “Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro”. Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras.

Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.

Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos.
Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros pero creo que estos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.
Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que estos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es
una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida.
Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino que se deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar.
Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.

En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que es eso lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos.

El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. “En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos”. El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que esa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilarlos, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.

Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca.
En su reciente libro de memorias Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. “Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez” Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: “El mejor método de educación es la felicidad”.
“Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo”. Y unas líneas más abajo añade: “Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz”.
Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermoso de todos. “Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía que darle a la niña. Un buen día la regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja”. Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que la sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún aguafiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza
es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. “Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad”.

Este artículo, de lectura imprescindible, está extraído del blog Tenemos tetas, no dejéis de leerlo y de visitarlo...merece la pena!

Cuando iniciamos la polémica en este blog entre el "feminismo al uso" (el que domina hoy día en las instituciones públicas) y el eco-feminismo, feminismo de la diferencia, o feminismo maternal, como queramos llamarle, sabíamos que el tema seguiría dando de sí.

El libro de la Badinter aún no ha sido editado en España (¡me extraña tanto!) pero ya colea, y yo me alegro infinito de que por fin estos temas empiecen a aparecer en la prensa generalista.

Las autoridades sanitarias y científicas dan ya por sentado que no hay discusión sobre los inconvenientes de la lactancia artificial para la salud de los bebés, pero parece que lo que se sabe bien en las Consejerías y Ministerios de Sanidad, no puede llegar a los Institutos de la Igualdad ni a los Ministerios de la Seguridad Social ni a los órganos legislativos y de gobierno.

La politóloga vasca Edurne Uriarte ha publicado esta semana un artículo en la Revista Mujer Hoy, titulado "Las Mamíferas", en el que básicamente se hace eco de las ideas de Elizabeth Badinter. (Por cierto, la sección Ser Madres, del sitio web de Mujerhoy, está patrocinada por una marca de leche artificial para bebés, a la que le viene de perlas que no seamos "mamíferas").

Busco por la red otras declaraciones de Uriarte sobre feminismo y me encuentro con que ha escrito un libro que se llama Contra el feminismo (que no he leído, claro está) y esta entrevista, donde yo no sé vosotros, pero yo entre líneas creo vislumbrar que ella está más allá del feminismo porque más que compatibilizar la maternidad con el trabajo, quiere que las mujeres directamente nos ocupemos sólo del trabajo :-)

En el fondo no comprendo por qué estas mujeres parten del supuesto de que defender la lactancia materna es ir contra la participación social y política de las mujeres. No entiendo por qué se sienten atacadas. Yo creo que es todo lo contrario. Que sí es perfectamente compatible la cada vez mayor presencia de las mujeres en el mundo público y político, con la práctica de la lactancia materna y con una crianza cada vez más amorosa para nuestros hijos.

¿Cómo? Transformando el panorama laboral. Eso es lo verdaderamente feminista y revolucionario.

Vayamos por partes.

En mi artículo anterior Nos necesitamos las unas a las otras, y en todos los que he publicado en este blog, creo que he dejado bien claro que no estamos en contra de la incorporación al trabajo y, menos aún, de la realización profesional de las mujeres, y de que estas ocupen puestos directivos a todos los niveles. Faltaría más.

Tampoco pretendemos imponer a ninguna mujer el parto natural ni la lactancia extensa, simplemente queremos poder ejercerlos quienes sí creemos en ella. Para ello, para ampliar los derechos a todos los tipos de maternajes que existen, es necesario cambiar algunas cosas, que no restringen los derechos de nadie, sino que los amplían.

Lo que sucede es que creo que la incorporación de la mujer al mundo laboral, público y político tiene que servir para cambiarlo.

Dice Edurne Uriarte en la entrevista citada anteriormente:
"Eso significa cambiar la organización de nuestras vidas, porque las carreras no van a cambiar para adaptarse a las mujeres que quieren las dos cosas."
Pues mi postura es que sí: que las carreras sí tienen que cambiar para adaptarse a las mujeres que quieren las dos cosas (maternidad y trabajo), como también tienen que cambiar para adaptarse a los hombres que quieren las dos cosas (paternidad y trabajo).

El mundo laboral tiene que cambiar. Tiene que cambiar para que todos, mujeres y hombres, trabajemos un poco; y todos, mujeres y hombres, nos dediquemos un poco a criar a nuestros hijos.

Lo que no puede pasar es que todos estemos 12 horas diarias trabajando, mientras la crianza, el hogar, los cuidados a niños, enfermos y ancianos, los trasladamos precariamente a las mujeres más pobres, a las inmigrantes, a las empresas privadas y al Estado (a través de oficios y profesiones cada vez peor pagados). Inmigrantes que trabajan sin contratos; guarderías privadas que pagan 600 euros mensuales a sus educadoras; y educadoras de guarderías públicas que, junto con los demás funcionarios, han visto incluso su sueldo aún más reducido recientemente.

El amor y el cuidado debe ser reivindicado como algo digno de ser realizado y vivido por todos los seres humanos, y no como algo precario que hacen aquellos que no pueden acceder a otra cosa. El amor y el cuidado no cotizan en bolsa y están fuera de la lógica mercantil: ¡hay que defenderlos con política y con dignidad personal!

Me temo que la postura de Badinter y la de Uriarte arrastran parte del rol tradicional de las mujeres de clases altas: figurar en sociedad, mientras otros se ocupan de sus hijos. La crianza en el mismo saco que las labores domésticas. Los hijos al cuidado de otros.

Las mujeres de clases altas nunca amamantaron ni criaron a sus hijos a lo largo de la historia patriarcal (así que no ven por qué tendrían que hacerlo ahora). Tampoco podían antes acceder a las profesiones liberales ni a los cargos políticos. Su único rol consistía en ser la señora de Mr. X, parir muchos herederos, y pronto volver a figurar en los salones.

Badinter, Uriarte y el feminismo clásico de la línea de Simone de Beauvoir defienden la incorporación de la mujer a las profesiones liberales, a los cargos públicos y económicos, al poder político... pero no reivindican el otro lado que también nos fue arrebatado a las mujeres: el embarazo consciente, el parto libre, la lactancia placentera, la maternidad plena; y el cuidado de los débiles, que debería correspondernos A TODOS.

Según ellas, eso debe seguir siendo ocultado, desprestigiado y delegado en otros. Eso es algo que sólo hacen LOS POBRES.

Lejos de haberse liberado del patriarcado como afirma Uriarte, las feministas clásicas representan el CULMEN DEL PATRIARCADO: la mujer totalmente conversa al mundo masculino, al mundo de la competitividad, de la lógica mercantil, del consumo, de la vida exterior, del PODER entendido tal como lo han entendido los hombres: jerarquía, privilegios, altos cargos, oligarquía.

Tengo la impresión de que estas mujeres sólo hablan en nombre de aquellas profesionales cualificadas y con éxito que ganan 5000 euros al mes, y que, como ellas, han accedido a los centros de poder y han podido dejar a sus hijos en manos de chachas, criadas e institutrices... (como han hecho históricamente las mujeres de clases altas a las que ellas pertenecen).

Y mucho me temo que sus maridos tampoco se ocupan de las labores domésticas, que quedan en manos de empleados y sirvientes ("de segunda categoría"). Con lo que en esas familias precisamente lo único que se comparte al 50% si acaso es el dinero, porque el trabajo doméstico lo hacen otros. Así lo refleja también la psiquiatra Inmaculada Gilaberte en su libro Equilibristas: entre la maternidad y la profesión, donde cuenta la solución que ella encontró: una amorosa inmigrante que se ocupa de sus hijos.

Tengo la impresión de que estas mujeres sólo defienden el derecho a incorporarnos al modo de vida de los ricos, mientras los pobres se ocupan de aquellas tareas que nosotros NO QUEREMOS HACER, incluido con ello cuidar a nuestros hijos.

¿Y qué hay de todo el ejército de limpiadoras, cajeras de supermercado, dependientas, cuidadoras de ancianos y niños, oficinistas, auxiliares...e incluso muchas graduadas universitarias, que trabajan por menos de mil euros al mes, sin realización profesional, y sin poder pagarse una nanny que a la vez cuide de sus hijos? ¿Para estas mujeres la incorporación al trabajo asalariado ha supuesto realmente una liberación, o una doble carga?

Por otro lado, y dejando la discusión sobre las mujeres, están los niños.

Niños que fuimos, somos y seremos todos. Están EL AMOR Y LAS EMOCIONES. Algo que no se encuentra en el mercado laboral, ni en los colegios de élite, ni tampoco en las cuidadoras inmigrantes (que a su vez se ven obligadas a dejar a sus hijos en sus países de origen). Es perpetuar la cadena del abandono, los hijos de cada una en manos de otras.

Los bebés y niños necesitan ser amados por sus padres. Para eso, para sentirse amados, NECESITAN PASAR TIEMPO CON NOSOTROS. Necesitan leche materna (que sólo las mujeres podemos dar), cuerpo materno y paterno, hogar, comida saludable, comunicación, dedicación personal por parte de sus progenitores. Si para ello hace falta "cambiar las carreras": ¡cambiémoslas! Para eso precisamente teníamos que llegar las mujeres al poder.

Si la maternidad perjudica el desempeño laboral: ¡cambiemos las formas de desempeño laboral! Si el desempeño laboral perjudica a la maternidad: ¡cambiemos las formas de desempeño laboral!

¿Por qué suponemos que podemos cambiar la organización de nuestras vidas, por qué suponemos que podemos sacrificar a nuestros hijos, por qué suponemos que no hace falta ser "buenas madres" ni "buenos padres" y NO SUPONEMOS QUE PODEMOS CAMBIAR EL MUNDO LABORAL Y PRODUCTIVO, EL MUNDO SOCIAL Y POLÍTICO, a favor de nuestros hijos y del futuro?

La jornada laboral de 8 horas es una reivindicación del siglo XIX. Parece increíble que 200 años después, con la mujer incorporada al trabajo (o sea, el doble de mano de obra disponible), y con todos los adelantos de la robótica, inteligencia artificial e internet, no sea posible REDUCIR LAS JORNADAS LABORALES. Producir más en menos tiempo.

Parece increíble que cada familia necesite hoy que los dos miembros de la pareja trabajemos entre 8 y 12 horas diarias, dejando a nuestros hijos sin atención familiar, para PODER COMPRAR lo que creemos que necesitamos para ser felices.

¿Lo lógico no sería que, tras la incorporación de la mujer al trabajo y tras el aumento exponencial de la productividad que trae la era digital, TODOS TUVIÉRAMOS QUE TRABAJAR MENOS HORAS?

¿Trabajar menos horas para estar con nuestros hijos, trabajar menos horas para repartir el empleo, trabajar menos horas para que los ricos no se enriquezcan tanto, trabajar menos horas para consumir menos, trabajar menos horas para repartir mejor las riquezas, trabajar menos horas para disminuir la explotación intensiva de la mano de obra y de los recursos naturales?

Transformar el mercado laboral: reducción de la jornada, eliminación inmediata de esa horrorosa jornada partida española, teletrabajo, trabajo por objetivos, cambios en la organización del trabajo, aumento de la productividad, trabajo sin horarios rígidos, racionalización de los horarios de trabajo, trabajos a los que se pueda ir con nuestros hijos, trabajos en casa, trabajos más motivantes, mejor gestión de los recursos humanos, más prestigio para los trabajos de cuidado del otro (cuidadores, educadores, enfermeros, auxiliares... que deberían ganar más que un ejecutivo de Banca, más que un notario y hasta más que un Ministro, dado que realizan las labores de mayor importancia social), bajas maternales más largas como en los países nórdicos urgentemente, verdaderos permisos de lactancia, más recursos estatales para guarderías públicas y al mismo tiempo para las madres y padres que quieran permanecer con sus hijos ahorrándole ese gasto al Estado, hacer compatible el mundo laboral con la crianza de los niños pequeños: ¡de eso es de lo que deberían ocuparse LAS MUJERES POLÍTICAS E INFLUYENTES en el mundo de hoy!

Nuestros hijos merecen que dejemos de pelearnos entre hombres y mujeres, entre feministas y no feministas, entre biberones y "talibanas de la teta", y lleguemos a acuerdos que tengan en cuenta sus NECESIDADES AFECTIVAS Y EMOCIONALES. Nuestros hijos merecen que no les abandonemos, merecen que pensemos en el futuro.

Señora Uriarte: los siglos de búsqueda de sustitución de la naturaleza por la cultura, la ciencia y la razón, se han cobrado precios muy altos. Hoy toca, no renunciar a la cultura, la ciencia y la razón, sino hacerlas compatibles con la naturaleza, o desaparecemos todos. Como bien dijo Goya "la razón engendra monstruos". Apelemos al co-razón.

PD: Veremos, más temprano que tarde, a una diputada danto teta en el Congreso, o a una Ministra que confiese haber amamantado 6 años. Lo veremos, claro que sí.

“Queremos que los bebés coman más que los adultos, ¡y luego que están obesos!”

Entrevista de Nuria Casas a Carlos González en Heraldo.es

Tras leer sus tesis, da la impresión de que el bebé es como el cliente, que siempre tiene la razón.

En realidad, sí, según va creciendo se le quita un poco, pero el bebé solo pide cosas razonables. Un niño mayor a lo mejor llora porque quiere un bicicleta, pero un bebé solo llora para que le cojan en brazos. Quiere el cariño y el amor de sus padres.

Se pregunta si creemos que los reformatorios y las cárceles están poblados de personas a los que cogieron demasiado en brazos. Es una forma de verlo.

Cuando doy conferencias me gusta hacer una pequeña encuesta: ¿A cuántos de los padres y madres presentes les ha dicho alguna vez un profesional sanitario que no cojan a su hijo en brazos? ¿Y cuántas veces les han dicho que pongan tapones de seguridad a los enchufes para que el niño no meta los dedos? Parece que el mayor peligro que corre un bebé es que lo cojan en brazos. Insisten más en eso que en que le vacunen.

Respecto a la alimentación, defiende que no hay que obligarles a los niños a comer.

Jamás.

¿Por qué?

Porque es innecesario, contraproducente y peligroso. Innecesario porque todos los niños comen lo que necesitan. Contraproducente, porque la mayoría de los niños lo que hacen es enfadarse muchísimo y comer todavía menos. Y peligroso porque algunos pobrecicos son tan buenas personas que si ven que sus padres insisten, por no llevarles la contraria comen de más, y en este momento tenemos una epidemia de obesidad infantil en España. Y la obesidad infantil es debida a que los niños comen demasiado, no tiene otra explicación.

¿Queremos que coman como adultos?

Mucho más que adultos, porque la típica papilla infantil que se da a bebés de seis meses, de media pera, media naranja, media manzana y cuando viene la abuela una galleta María, eso se lo dan a niños de seis kilos. Es decir, yo tendría que comer doce veces esa cantidad. ¡A ver cómo me como yo seis peras, seis naranjas, seis manzanas y doce galletas María!

Sí defiende que se les acostumbre a comer de todo.

Que se les ofrezca la comida normal de la familia, que es el objetivo, que vaya aprendiendo a comer normal. Luego te encuentras a muchos padres que se quejan de que niños de dos y tres años solo comen triturado. Es que había que empezar mucho antes, si no se les pasa las ganas, los niños a los seis, los ocho y los nueve meses están deseando llevarse a la boca comida normal. A los bebés les encanta probar de todo, de hecho se comen hasta las llaves del coche.

Considera que dar el pecho es mano de santo, vale para todo.

Para casi todo. Los niños no siempre lloran por hambre, no siempre que piden el pecho es por hambre. El pecho va bien para cuando se despierta por la noche, está despierto y no sabe por qué.

¿Hay que dárselo a demanda y el tiempo que quiera?

El tiempo que madre e hijo quieran. Lo importante es que cada cual pueda decidir, porque en esto hay un poco de discriminación, porque hay madres que deciden dar el pecho y hay madres que deciden dar el biberón, cada una toma sus decisiones. Pero nunca he oído a una madre que intente dar el biberón y fracase, ni que el médico le dijera: “No hay que ser fanáticos, si rechaza el biberón dale el pecho que también se cría”.

Pero es más fácil compaginar el biberón que el pecho cuando la mujer trabaja.

Sí, pero es que llevamos una vida un poco arrastrada. Tradicionalmente siempre se ha dicho que trabajabas para dar de comer a tus hijos, y ahora resulta que dejas a tus hijos para irte a trabajar. Si lo importante en esta vida es cuidar a nuestros hijos, todo lo demás está supeditado a eso.

Ese recado también irá destinado a los padres.

Claro, a todo el mundo. Y así ha sido siempre, en la Edad Media un campesino no decía: trabajo para hacerme rico o trabajo para realizarme como persona, sino para darle de comer a los hijos. Ahora parece que trabajar es un bien en sí mismo y, si nos sobra tiempo, cuidamos al niño.

Dice que acostumbrar a los niños a un horario no tiene ninguna ventaja.

No, y además sería un serio problema, porque si lo acostumbras a desayunar a las siete, ¿qué pasa el domingo? Tú quieres que el domingo desayune a las 9.30. El otro día me contó una madre que en la guardería donde iba a llevar a su hijo un mes más tarde le dijo la directora: “Es muy importante que los niños tengan un horario fijo”. Y la madre respondió: “Sí, eso ya lo hago bien porque mi hijo siempre come a las dos”. “Ah, no, pues eso lo tienes que cambiar porque aquí se come a la una”.

Así que el horario es bueno para el que lo pone, no para el niño.

Claro. Si fuera tan importante el horario del niño, se acomodaría la guardería en lugar del pequeño.

Tampoco cree en la teoría de que si el bebé duerme mal es porque está mal criado.

No, salvo en el sentido que se considere malcriar. Pegar bofetones es criarlo mal. Abandonar a un niño, no hacerle caso, es malcriar. Un niño al que por la noche no hacen caso, no consuelan y no atienden pues es posible que duerma mal. Un bebé se despierta cada dos horas para comprobar si su mamá está. Si es así, se vuelve a dormir, y si no, llora hasta que mamá viene.

¿Está diciendo que el método Estivill, basado en dejar llorar al niño es un caso de maltrato?

No maltrato en el sentido de pegar o hacer daño, pero no está bien. No me gustaría que me tratasen así. Imagina que estás en el hospital con una pierna enyesada, llamas al timbre y la enfermera no viene. Se asoma a la puerta y te dice: es de noche, tienes que dormir de un tirón, adiós. Pues no dirías que en ese hospital te tratan bien.

Pero si el enfermo es un pesado que no para de tocar al timbre para llamar la atención… ¿o no hay bebés así?

Es que a los bebés sí les pasa algo. A un niño que está llorando lo coges en brazos, le dices unas cuantas cositas y se calma.

Caso práctico: mi hijo de cinco años viene a las cuatro de la madrugada a nuestra cama. ¿Qué hacemos?

Nada, salvo un hueco. Es lo más cómodo que se me ocurre.

A él también le parece lo más cómodo.

¿Qué otras soluciones hay? Irse a dormir con él requiere más esfuerzo. A los padres les han hecho muy difícil el sueño de los niños. Nuestros abuelos ni se lo planteaban, ha empezado a ser un problema cuando los padres han considerado que es obligatorio que duerman en otra habitación

Minas de aluminio

Hoy me llegó este video por e-mail y aunque ya sabemos que hay cosas así en todo el mundo, no por ello deja de merecer la pena difundirlo



¿Por qué elegimos este camino?

Quiero compartir hoy un fragmento de un texto de La Serrada. que me parece que resume a la perfección los sentimientos de muchos de nosotros

… Este camino no es otra cosa que el tratar de criar a nuestros hijos con unos valores y principios muy claros: cariño y respeto, y con la confianza total en que ellos mismos son capaces de trazar su propio ritmo en su evolución, su crecimiento, y en las formas de relacionarse con el entorno y con otras personas. Lo que llamamos autorregulación.
Cuando hablamos de respeto hablamos de respetar al niño como persona, sus derechos, sus necesidades básicas, su integridad física y moral, su ritmo personal y único de crecimiento, su necesidad de apego, su dependencia…
Criar en base a estos principios requiere una maternidad/paternidad consciente, vivida plenamente y con intensidad, sin dejarse arrastrar por lo que lleva la corriente o hace la mayoría, planteándose ante cada paso qué es lo que nos hace sentir mejor a nosotros y a nuestros hijos y no qué es lo que ha hecho mi vecino o qué es lo que hicieron mis padres.
No es un camino fácil ya que normalmente los padres que en algún momento nos decantamos por vivir de esta manera con nuestros hijos no tenemos una experiencia que nos sirva como base. Casi todos hemos sido criados de una manera muy distinta a la que intentamos aplicar, y de manera casi automática, cuando se plantea una nueva situación con nuestros hijos, la respuesta que nos sale es la que utilizaron nuestros padres o la que en múltiples ocasiones hemos visto utilizar a otros padres en situaciones similares. Cometemos errores, en algunos momentos podemos incluso salirnos del camino, nos falta información, referencias y además la sociedad no acaba de entender esta forma de crianza, confundiéndola a menudo justo con lo contrario: permisividad, pasotismo y falta de límites.
Todo lo que expongo a continuación seria un planteamiento aproximado de una familia que ya desde el embarazo tiene unas ideas claras del camino a seguir con sus hijos. Esta sería una situación ideal, pero no es la más común. Muchas familias no se plantean estas cuestiones hasta después de conocer a su hijo, porque es tras conocerlo cuando todas las prácticas estándares de crianza de nuestra sociedad les resultan difíciles o imposibles de aplicar cuando ya no se habla de aplicarlas a un bebé genérico, sino al suyo. Hay quien descubre que no todo son verdades absolutas en la crianza meses o incluso años después de haber tenido hijos, y se replantean totalmente su relación con ellos.
Quién inicia este camino desde su origen, es consciente de que la relación con un bebé no empieza con el nacimiento, sino que se inicia ya durante el embarazo y el parto. Estos dos aspectos son tradicionalmente olvidados en la crianza. Son dos “cosas” que han de pasar, y a partir de ahí ya nos planteamos (si nos lo planteamos) como criaremos a nuestros hijos, cuando en realidad son dos procesos muy importantes y con los que ya se inicia la crianza.
El embarazo, a ojos de la sociedad, es visto más como una enfermedad que como un proceso natural. Esa visión se traslada a las futuras madres, que mayoritariamente ceden el protagonismo al ginecólogo, se centran en las molestias que causa, y solo miran al punto final: las ganas de que eso acabe y conocer a su bebé, perdiéndose por el camino todo un proceso, que aún con sus inconvenientes es el momento para empezar a conectar con el bebé, de empezar a crear ese vínculo invisible que mantendrá unidos a mamá y bebé cuando ya no lo estén físicamente.

Es el momento también de plantearse el parto, con el que socialmente ocurre algo similar al embarazo: el parto duele y eso provoca miedo. Cuando se oye hablar de partos siempre se habla de dolor, o de como evitar el dolor. Queda la impresión de que todo es dolor en el parto, y así no es raro encontrar mujeres que dicen preferir “que me lo saquen” o “yo prefiero no saber demasiado y hacer caso a lo que me digan” para evitar ese momento que intuyen horrible y doloroso. Es una reacción normal, provocada por el miedo, y no es culpa de la futura mamá sentirse así cuando nunca ha oído una palabra bonita acerca de un parto. En un parto natural, respetado, en el entorno seguro y tranquilo que una mujer necesita, el dolor pasa a un segundo plano, el protagonismo ya no se centra en el dolor, sino en la importancia de lo que está ocurriendo allí: mamá está ayudando a nacer a su bebé, ella sola, a su ritmo, segura de si misma y en profunda conexión con él.
Lo primero que podemos hacer por respetar a ese bebé en su llegada al mundo, es permitirle que nazca de la mejor manera posible; y los bebés están preparados para nacer de una manera natural, con una mamá tranquila e ilusionada que sabe que es capaz de ayudarlo a nacer por si misma, sin que la tengan que dirigir ginecólogos o matronas. El hecho de llevar los partos al hospital y someterlos a protocolos estrictos y la mayoría de las veces poco respetuosos con las madres, ha provocado dos efectos: uno bueno, que es facilitar los partos difíciles y otro malo que es complicar los partos sencillos.
Aunque no nos solemos acordar, pertenecemos al reino animal, a los mamíferos concretamente, y como cualquier hembra de mamífero una mujer necesita un entorno favorable para tener un parto sin dificultades. El miedo dificulta e incluso paraliza los partos en todos los mamíferos, y la especie humana no es una excepción. Es un mecanismo de protección que la selección natural ha hecho que perdure: ante una situación de peligro real en un entorno natural, lo mejor es no parir, pues la cría, e incluso la madre, tendrían pocas posibilidades de subsistir. Como la evolución no entiende de años, sino de miles o millones de años, ese mecanismo sigue activo en las mujeres por más que no haya un peligro real en el hospital, y se dispara ante el miedo e inseguridad que provoca un protocolo hospitalario deshumanizado. Así pues se da la paradoja de que muchos de esos partos que se intentan acelerar en el hospital con oxitocina sintética, se han parado o ralentizado por efecto del propio hospital.
Así pues, quien tiene la suerte de plantearse estas cuestiones antes de que nazca su hijo suele empezar por buscar un parto natural, respetado, en el que las matronas acompañen a la madre en lugar de dirigirla, en el que sean su apoyo y no las que marquen el ritmo, y en el que los médicos y protocolos hospitalarios solo entren en juego ante un peligro real para la madre o el bebé.
Nuestro bebé ha nacido, y tanto el sentido común como la teoría del apego (John Bowlby) nos dicen que ese bebé necesita contacto con mamá. Esta teoría dice entre otras muchas cosas que el bebé nace con una serie de conductas que tienen como finalidad provocar nuestra respuesta (llanto, succión, sonrisas reflejas, calmarse al ser acunado…) y curiosamente la respuesta que provoca en nosotros cualquiera de esas acciones es la de acercarnos al bebé. Los bebés nacen con una necesidad de contacto físico casi continuo que hay que respetar, durante todo el tiempo que nos lo demanden y empezando por el momento en que nacen, evitando que sean separados de su madre por protocolos inútiles como pesarlos, lavarlos o aspirarles las vías respiratorias. Durante la primera hora tras el nacimiento el bebé suele estar más despierto, instintivamente busca el pezón y empieza a succionar. Es básico no separar al bebé de su mamá en esta primera hora para un correcto inicio de la lactancia.
La lactancia materna es la manera natural y la más respetuosa de alimentar a un bebé. Una lactancia en exclusiva hasta que se inicie la alimentación complementaria y que se puede prolongar hasta que ambos decidan. La OMS recomienda la lactancia en exclusiva hasta los 6 meses y prolongarla al menos hasta los dos años. Hay muchos mitos acerca de la lactancia prolongada, no merece la pena comentarlos: todos son falsos. No hay ningún problema ni para el niño ni para la mamá en lactar durante dos o más años. La lactancia, además de ser el mejor alimento para el bebé, tiene también otras funciones tan importantes como la alimentación en el plano emocional: ofrece contacto, consuelo, favorece el estrechamiento del vínculo materno.
No son pocos los problemas con los que se encuentran las madres que deciden amamantar a sus hijos. En nuestra sociedad no se ve apenas a madres amamantando a sus hijos en la vida cotidiana, y dar el pecho de manera correcta es algo que se aprende viendo a otras madres hacerlo. De ahí la importancia de los grupos de apoyo a la lactancia que están surgiendo en muchas ciudades como respuesta a esa necesidad que las madres que quieren dar pecho tienen de relacionarse con otras madres que ya lo han hecho o lo están haciendo, para no sentirse solas en este mundo en el que parece que apenas quedan madres que dan el pecho y para corregir hábitos incorrectos o problemas debidos precisamente a eso, a no tener ninguna referencia válida en cuanto a la forma correcta de hacerlo.
Ya hemos comentado que el contacto con mamá, el contacto físico en general, es una necesidad primaria de los bebés y los niños, y es una necesidad que debemos respetar. Mamá será además su figura principal de apego, aquella con la que establecerá su primera relación humana, aquella en la que principalmente buscará consuelo y cobijo y desde la que iniciará su relación con otras personas. Ese contacto ofrece también algo muy importante no solo cuando nuestro niño es un bebé, sino también durante todas las fases de su desarrollo y crecimiento: seguridad.
La seguridad es básica para que un niño pueda desarrollarse plenamente y necesaria para que la autorregulación funcione. Un niño con miedo sólo está pendiente de su miedo y no es capaz de relacionarse de manera completa con su entorno ni con otras personas, y para nuestros hijos, desde que nacen y durante muchos años, la seguridad somos nosotros. Si algo debe tener un niño claro siempre, sin lugar a dudas, es que sus padres están ahí cuando los necesita, y que lo quieren incondicionalmente pase lo que pase y haga lo que haga. Una de las cosas que a toda costa hay que evitar, es que un niño pueda sentir que sus padres le quieren según como se comporte, o que acudirán cuando los llame según las circunstancias Un niño que no está seguro de cómo reaccionarán sus padres si se lanza a un reto que le produce cierto respeto, abordará ese reto temeroso, o evitará abordarlo. Un niño que tiene el respaldo incondicional de sus padres ante cualquier situación abordará ese mismo reto de otra manera, pues sabe sin lugar a dudas que basta llamar a mamá o papá si ocurre algo y ahí estarán para ayudarle.
Llevar al bebé mucho tiempo en brazos o en portabebés que los mantienen pegados a nuestro cuerpo ayuda a satisfacer esa necesidad de contacto continuo cuando son pequeños, dormir con ellos también.
El sueño de los bebés es muy diferente al de los adultos. No sigue los mismos tiempos ni tiene las mismas fases (más información en “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové). Existen varios métodos que prometen ser capaces de ajustar su sueño al nuestro. En realidad es un mismo método sin ningún rigor científico que diversos autores se han ido copiando entre si y que se basa en una premisa clave: desatender el llanto del bebé hasta que este se de cuenta de que por la noche es inútil llamarnos llorando. Realmente nuestro bebé no dormirá más, pero obtendremos la comodidad de que ya no nos moleste cuando se despierte, a cambio eso si, de quebrar algo que ya hemos comentado que es absolutamente necesario para el desarrollo pleno de un bebé: la total confianza y seguridad en que su mamá y su papá le atenderán en cualquier momento en que los necesite. La responsabilidad de la utilización de estos métodos no puede recaer toda en los padres, que a veces los aplican con un profundo sufrimiento porque se creen las falsas amenazas que según los autores de estos best-seller ocurrirán a sus hijos si no duermen de tirón desde poco después de nacer.
Los bebés necesitan sentirse seguros para dormir tranquilos, y esa seguridad se la proporciona el contacto con mamá (y con el tiempo con papá). Ese y no otro es el motivo por el que muchos bebés se despiertan en cuanto los dejan en la cuna, o lloran desconsolados cuando se despiertan por la noche y se sienten solos. Una forma de proporcionar ese contacto, que además favorece el descanso de mamá, es dormir con ellos. El colecho suele favorecer el sueño del bebé y además permite a mamá darle pecho sin tener que levantarse ni hacer viajes por la casa.
Hay una tendencia a llevar a los bebés cada vez más pronto a su propia habitación, en defensa de una mal entendida independencia. Son muchos los supuestos “expertos” que nos amenazan con los mil males que nos ocurrirán si dormimos con nuestros hijos. Parece que estos “expertos” no saben que lo de dormir padres e hijos separados solo se da de manera mayoritaria en EE.UU., Canadá y parte sur de Europa, y que por ejemplo, en los países nórdicos, las cifras de colecho rondan el 80%, y en Japón el 90%. De nuevo hablamos de respeto: si dormir acompañado es una necesidad de nuestro bebé ¿qué problema hay en respetarla?
Desde el momento del nacimiento la ignorancia bienintencionada del entorno empieza a aconsejar: si lo tienes mucho en brazos se va a hacer dependiente y no te lo quitarás de encima. Como dice Yolanda González, a un bebé no se le puede hacer dependiente, porque nace dependiente. Podemos respetar esa necesidad de dependencia y contacto o podemos ignorarla, pero la dependencia esta ahí, no la creamos nosotros. No hay ningún mamífero que nazca más indefenso y por tanto con mayor necesidad de cuidados que un bebé humano, que tardará al menos 7 u 8 meses en poder desplazarse mínimamente por si mismo. ¿Como no va a ser dependiente una criatura sin ninguna capacidad de desplazarse por si misma y cuya mamá es su única fuente de alimento?
Con todo, no resulta demasiado difícil llevar una crianza respetuosa en los primeros meses de vida si se consigue dejarse llevar por lo que el bebé demanda y se ignoran consejos inadecuados. Aunque puede resultar físicamente agotador casi todo consiste en lactancia, mucho contacto y mucho cariño.
Cuando empezará a costarnos mantener nuestros principios y valores será cuando nuestro bebé deje de ser ese sujeto pasivo que va con nosotros a todas partes en la mochila o la bandolera, y empiece a explorar el mundo primero a través del gateo y después caminando. Sobre estas etapas iniciales en cuanto al “despertar de la voluntad” de nuestros hijos conviene buscar información válida que nos ayudará a no caer en pensamientos en la línea de “me está tomando el pelo”.
Este modelo de crianza requiere también una forma de ver a los niños y bebés, y desarrollar una capacidad de empatía con ellos que no siempre es fácil, ya que sus esquemas mentales no se parecen en nada a los nuestros, y por tanto no nos suele resultar nada fácil ponernos en su lugar. Los bebés y niños son buenas personas. Por más que nos digan no intentan tomarnos el pelo, ni buscan los límites de nuestra paciencia, ni hacen cosas a propósito para enfadarnos. Primero porque nos quieren, y la mayor satisfacción para un bebé o un niño es ver a sus padres felices, y sobretodo porque son incapaces de hacerlo: su cerebro tardará muchos años en tener la capacidad de desarrollar alguno de esos comportamientos maquiavélicos que les asignamos a veces a los pocos meses de nacer. Esa impresión general de que los bebés intentan tomar el pelo a sus padres, o enfadarlos, nace de la incomprensión hacia ellos, de juzgarlos con ojos de adulto, de intentar averiguar el origen de su comportamiento con un esquema mental adulto.
A partir de este momento, en la crianza en general entran en juego unos métodos que chocan frontalmente con nuestra idea de respetar en todos los aspectos a nuestros hijos. El respeto excluye totalmente la violencia. Esto se entiende perfectamente con la violencia física, pero hay una violencia que pasa desapercibida y que también es muy perjudicial. Es la violencia verbal: amenazas, chantajes, ridiculización e insultos. La forma de crianza mayoritaria, a partir de que el niño tiene capacidad de actuar y decidir algo por si mismo, se basa de manera tenaz en dos de estos principios: la amenaza y el chantaje.
Especialmente entran en juego a partir de los dos años (aproximadamente), cuando se despierta totalmente la voluntad, aparecen las ideas propias, las rabietas, y entran de lleno en la etapa egocéntrica de quererlo “todo para mi y ahora”. Es una etapa muy crítica donde hasta los convencidos empiezan a dudar si realmente su hijo no les está retando o enfadándolos a propósito. En esta etapa es fundamental la formación, buscar información que nos permita entender o al menos intuir qué pasa por esas cabecitas que tan pronto ríen a carcajadas como se echan al suelo entre grandes berridos, que de pronto quieren una cosa como la contraria, que se niegan a obedecer en cosas que antes lo hacían, que convierten un cambio de ropa en un drama…
Sólo entendiendo e interiorizando que no lo hacen para fastidiarnos, que también sufren cuando están así, estaremos en el camino de facilitarles las cosas y contenerlos en esos momentos tan difíciles de sus vidas. La psicóloga Violeta Alcocer define esta etapa como “el primer duelo”. La primera vez que nuestros hijos se ven en la encrucijada de dejar algo atrás: deben abandonar los comportamientos de “bebés” que ya no les sirven en la nueva etapa en la que entran y adquirir nuevos comportamientos de “niño”. Tanto una cosa como la otra les provoca tensión y confusión: ¿qué me dejo en el camino? ¿qué me llevo a esta nueva aventura? Es una etapa de lo que se suelen llamar “recaídas”: de repente vuelven a pedir muchos brazos, que los acunemos, niños que ya tomaban poco pecho vuelven a demandarlo con ansia, muchos de ellos incluso dicen claramente que quieren ser bebés de nuevo. Entre toda esta confusión debemos tratar de ser coherentes y mantener la calma. Nuestro enfado e incomprensión ante estas situaciones no hará otra cosa que confundirlos más y ponerlos más nerviosos. Y por supuesto los castigos deben ser excluidos totalmente: todos esos comportamientos forman parte de su crecimiento como persona, son normales, inevitables en muchas ocasiones. No tienen otra manera de sacar fuera su malestar, su nerviosismo, su miedo, su demanda de satisfacción de necesidades que no hemos sabido atender. Su forma de decirnos que necesitan más tiempo con nosotros y más mimos puede ser una descomunal rabieta por una galleta que se rompe al caer al suelo: no tienen recursos para pedirlo de otra forma, posiblemente porque ni siquiera saben qué quieren pedir, solo saben que se sienten mal. Castigar estos comportamientos es por tanto castigar a nuestros hijos por ser como son, por crecer de una manera normal.
Los castigos en general, no solo en estos casos, son algo a evitar cuando se habla de criar con cariño y respeto. Merecería un texto aparte hablar de este apartado, porque si ya se hace difícil en muchas ocasiones pensar en una crianza sin amenazas, una crianza sin castigos parece poco menos que imposible. El castigo suele ser el resultado de una amenaza o bien una reacción a un comportamiento que no nos ha gustado. Si evitamos las amenazas evitamos de paso una parte de los castigos. Cuando una acción es de verdad incorrecta acarrea unas consecuencias desagradables, y esas consecuencias son las que hay que hacer ver y vivir al niño para que entienda por qué es incorrecta esa acción. Si la acción no tiene consecuencias desagradables para nadie deberemos plantearnos si realmente es incorrecta. Inventarnos unas consecuencias desagradables para una acción con el fin de evitar que se repita no logra ninguno de sus fines: no se entiende por qué esa acción es incorrecta, y por tanto no cumple su función de educar, y no consigue que la acción no se repita: solo logra que no se repita en nuestra presencia, pues el niño no entiende por qué no debe repetirlo, solo que no debe repetirlo si estamos mirando. El castigo induce a los niños a mentir y merma su confianza en nosotros.
Volvemos a la amenaza y el chantaje: para conseguir que el niño haga lo que quiero o bien le amenazo con algo que no le gusta o bien le hago chantaje con algo que le gusta. Si cuando hablamos de adultos amenazar o chantajear son actos detestables no deberían ser menos cuando hablamos de niños. La amenaza y el chantaje provocan miedo en el niño, miedo a perder algo que le gusta o a que le obliguen a hacer algo que no le gusta. El miedo no es buen caldo de cultivo para nada, y no debería utilizarse en la crianza si pretendemos un desarrollo pleno y armónico. Estos dos comportamientos son los que más cuestan de erradicar de la crianza, porque los vemos a diario, porque los han utilizado con nosotros, nos han quedado grabados y nos salen de manera casi instintiva, y sobretodo porque evitarlos exige el esfuerzo de entender a nuestros hijos, de confiar plenamente en ellos en momentos en que parece que están en nuestra contra, y de encontrar caminos alternativos. Los tenemos tan interiorizados que no es difícil caer en ellos incluso cuando uno ya se ha planteado criar prescindiendo de ellos.
La ridiculización también se utiliza ampliamente en la crianza y en muchos colegios. Es muy habitual comparar a nuestros hijos con otros niños destacando aquello que los otros hacen y el nuestro no, o al revés, de manera que siempre hay al menos un niño menospreciado respecto a otro. Y en los colegios todavía es muy habitual el castigo frente a toda la clase, aunque ahora lo llamen “silla de pensar” en lugar de “de cara a la pared”, que por más carga pedagógica que se le quiera echar encima no tiene otro objetivo que cambiar el comportamiento del niño ridiculizándolo frente a sus compañeros. Otro tema que debería hacernos pensar, es qué va a pasar con toda esta generación de niños que está creciendo teniendo como primera asociación mental de la palabra “pensar” la de “castigo” o “ridículo”. ¿Les apetecerá pensar en el futuro?
La autorregulación es el otro pilar en el que se apoya este modelo de crianza. La autorregulación exige mucho de nuestra parte, ya que obliga a esconder nuestro ego y a aceptar que nuestros hijos son capaces de encontrar su camino por si mismos en todos aquellos aspectos que de manera natural han de desarrollar. Así pues se trata de aceptar que no necesitan que les enseñemos a comer, ni a gatear, ni a caminar, ni a controlar esfínteres…
No necesitan que les socialicemos a la fuerza, porque ellos mismos marcarán el ritmo con el que quieran ampliar su círculo de relaciones, no necesitan que dirijamos su juego porque si tienen donde elegir sabrán a qué o con qué les interesa más jugar… y más adelante, que es lo que nos lleva a La Serrada, no necesitan que les digamos qué, como, o cuando aprender, ya que la curiosidad y las ganas de aprender son algo innato y natural en el ser humano.
No siempre es fácil confiar en la autorregulación. En la alimentación por ejemplo es algo que cuesta si nuestro hijo tarda en aceptar la comida sólida, pero en estos casos son nuestras expectativas y no nuestros hijos los que causan el problema. Si tenemos la expectativa de que nuestro hijo empezará a comer con 6 meses y no empieza hasta que tiene un año estamos creando un problema donde no lo hay, si pensamos que caminará con 12 meses y a los 15 aun no camina también nos preocupamos, aunque sea perfectamente normal, si a los tres años aun lleva pañales también nos preocupa… y es cuando no se cumplen nuestras expectativa cuando tendemos a intervenir, con lo que solemos complicar el proceso: convertimos cada comida en una batalla, nos rompemos la espalda arrastrando a nuestros niños de los dedos cuando aun no están listos para caminar, probamos mil métodos para quitarles el pañal que suelen acabar con enfados y tensiones…..
La autorregulación requiere olvidarse de plazos y confiar en que lo que es natural que pase, pasará. Eso sí, siempre y cuando el niño se sienta seguro, confiado, querido y aceptado tal cual es No podemos pretender que la autorregulación funcione en un niño al que se presiona para comer, o se le castiga si no come, al que se fuerza a tener un comportamiento no adecuado para su edad porque es lo socialmente bien visto. No podemos pretender que un niño se autorregule en el control de esfínteres si alguien le está presionando para que deje los pañales, ni que su socialización se desarrolle adecuadamente si es forzado a socializar tempranamente y en entornos que le resultan hostiles, ni podemos pretender que se autorregule en cuanto a conocimiento del mundo y aprendizaje si hay quien decide a priori qué es lo que tiene que aprender, cuando tiene que aprenderlo y cómo tiene que hacerlo.
En resumen diría que todo consiste en tratar a nuestros hijos como a cualquier otra persona a la que queremos y confiar en que no son un entorno que tiende al caos si no intervenimos, sino todo lo contrario: confiando en ellos plenamente se desarrollarán de manera libre, armónica, y sobre todo, felices.
Y eso es lo que pretende La Serrada, crear un espacio donde los niños de familias que creen en esta visión de la crianza puedan desarrollarse y aprender todo lo que necesiten de una manera respetuosa, con cariño y a su propio ritmo. Un espacio en el que no se delega la educación en los profesionales sino que se comparte esa responsabilidad entre profesional y familia, que sigue siendo el pilar básico de la educación. Un espacio en el que la importancia recae en el cómo, no el qué.

Este camino no es otra cosa que el tratar de criar a nuestros hijos con unos valores y principios muy claros: cariño y respeto, y con la confianza total en que ellos mismos son capaces de trazar su propio ritmo en su evolución, su crecimiento, y en las formas de relacionarse con el entorno y con otras personas. Lo que llamamos autorregulación.Cuando hablamos de respeto hablamos de respetar al niño como persona, sus derechos, sus necesidades básicas, su integridad física y moral, su ritmo personal y único de crecimiento, su necesidad de apego, su dependencia…Criar en base a estos principios requiere una maternidad/paternidad consciente, vivida plenamente y con intensidad, sin dejarse arrastrar por lo que lleva la corriente o hace la mayoría, planteándose ante cada paso qué es lo que nos hace sentir mejor a nosotros y a nuestros hijos y no qué es lo que ha hecho mi vecino o qué es lo que hicieron mis padres.No es un camino fácil ya que normalmente los padres que en algún momento nos decantamos por vivir de esta manera con nuestros hijos no tenemos una experiencia que nos sirva como base. Casi todos hemos sido criados de una manera muy distinta a la que intentamos aplicar, y de manera casi automática, cuando se plantea una nueva situación con nuestros hijos, la respuesta que nos sale es la que utilizaron nuestros padres o la que en múltiples ocasiones hemos visto utilizar a otros padres en situaciones similares. Cometemos errores, en algunos momentos podemos incluso salirnos del camino, nos falta información, referencias y además la sociedad no acaba de entender esta forma de crianza, confundiéndola a menudo justo con lo contrario: permisividad, pasotismo y falta de límites.Todo lo que expongo a continuación seria un planteamiento aproximado de una familia que ya desde el embarazo tiene unas ideas claras del camino a seguir con sus hijos. Esta sería una situación ideal, pero no es la más común. Muchas familias no se plantean estas cuestiones hasta después de conocer a su hijo, porque es tras conocerlo cuando todas las prácticas estándares de crianza de nuestra sociedad les resultan difíciles o imposibles de aplicar cuando ya no se habla de aplicarlas a un bebé genérico, sino al suyo. Hay quien descubre que no todo son verdades absolutas en la crianza meses o incluso años después de haber tenido hijos, y se replantean totalmente su relación con ellos.Quién inicia este camino desde su origen, es consciente de que la relación con un bebé no empieza con el nacimiento, sino que se inicia ya durante el embarazo y el parto. Estos dos aspectos son tradicionalmente olvidados en la crianza. Son dos “cosas” que han de pasar, y a partir de ahí ya nos planteamos (si nos lo planteamos) como criaremos a nuestros hijos, cuando en realidad son dos procesos muy importantes y con los que ya se inicia la crianza.El embarazo, a ojos de la sociedad, es visto más como una enfermedad que como un proceso natural. Esa visión se traslada a las futuras madres, que mayoritariamente ceden el protagonismo al ginecólogo, se centran en las molestias que causa, y solo miran al punto final: las ganas de que eso acabe y conocer a su bebé, perdiéndose por el camino todo un proceso, que aún con sus inconvenientes es el momento para3empezar a conectar con el bebé, de empezar a crear ese vínculo invisible que mantendrá unidos a mamá y bebé cuando ya no lo estén físicamente.Es el momento también de plantearse el parto, con el que socialmente ocurre algo similar al embarazo: el parto duele y eso provoca miedo. Cuando se oye hablar de partos siempre se habla de dolor, o de como evitar el dolor. Queda la impresión de que todo es dolor en el parto, y así no es raro encontrar mujeres que dicen preferir “que me lo saquen” o “yo prefiero no saber demasiado y hacer caso a lo que me digan” para evitar ese momento que intuyen horrible y doloroso. Es una reacción normal, provocada por el miedo, y no es culpa de la futura mamá sentirse así cuando nunca ha oído una palabra bonita acerca de un parto. En un parto natural, respetado, en el entorno seguro y tranquilo que una mujer necesita, el dolor pasa a un segundo plano, el protagonismo ya no se centra en el dolor, sino en la importancia de lo que está ocurriendo allí: mamá está ayudando a nacer a su bebé, ella sola, a su ritmo, segura de si misma y en profunda conexión con él.Lo primero que podemos hacer por respetar a ese bebé en su llegada al mundo, es permitirle que nazca de la mejor manera posible; y los bebés están preparados para nacer de una manera natural, con una mamá tranquila e ilusionada que sabe que es capaz de ayudarlo a nacer por si misma, sin que la tengan que dirigir ginecólogos o matronas. El hecho de llevar los partos al hospital y someterlos a protocolos estrictos y la mayoría de las veces poco respetuosos con las madres, ha provocado dos efectos: uno bueno, que es facilitar los partos difíciles y otro malo que es complicar los partos sencillos.Aunque no nos solemos acordar, pertenecemos al reino animal, a los mamíferos concretamente, y como cualquier hembra de mamífero una mujer necesita un entorno favorable para tener un parto sin dificultades. El miedo dificulta e incluso paraliza los partos en todos los mamíferos, y la especie humana no es una excepción. Es un mecanismo de protección que la selección natural ha hecho que perdure: ante una situación de peligro real en un entorno natural, lo mejor es no parir, pues la cría, e incluso la madre, tendrían pocas posibilidades de subsistir. Como la evolución no entiende de años, sino de miles o millones de años, ese mecanismo sigue activo en las mujeres por más que no haya un peligro real en el hospital, y se dispara ante el miedo e inseguridad que provoca un protocolo hospitalario deshumanizado. Así pues se da la paradoja de que muchos de esos partos que se intentan acelerar en el hospital con oxitocina sintética, se han parado o ralentizado por efecto del propio hospital.Así pues, quien tiene la suerte de plantearse estas cuestiones antes de que nazca su hijo suele empezar por buscar un parto natural, respetado, en el que las matronas acompañen a la madre en lugar de dirigirla, en el que sean su apoyo y no las que marquen el ritmo, y en el que los médicos y protocolos hospitalarios solo entren en juego ante un peligro real para la madre o el bebé.Nuestro bebé ha nacido, y tanto el sentido común como la teoría del apego (John Bowlby) nos dicen que ese bebé necesita contacto con mamá. Esta teoría dice entre otras muchas cosas que el bebé nace con una serie de conductas que tienen como finalidad provocar nuestra respuesta (llanto, succión, sonrisas reflejas, calmarse al ser acunado…) y curiosamente la respuesta que provoca en nosotros cualquiera de esas acciones es la de acercarnos al bebé. Los bebés nacen con una necesidad de contacto físico casi continuo que hay que respetar, durante todo el tiempo que nos lo demanden y empezando por el momento en que nacen, evitando que sean separados de su madre por protocolos inútiles como pesarlos, lavarlos o aspirarles las vías respiratorias. Durante la primera hora tras el nacimiento el bebé suele estar más despierto, instintivamente busca el pezón y empieza a succionar. Es básico no separar al bebé de su mamá en esta primera hora para un correcto inicio de la lactancia.La lactancia materna es la manera natural y la más respetuosa de alimentar a un bebé. Una lactancia en exclusiva hasta que se inicie la alimentación complementaria y que se puede prolongar hasta que ambos decidan. La OMS recomienda la lactancia en exclusiva hasta los 6 meses y prolongarla al menos hasta los dos años. Hay muchos mitos acerca de la lactancia prolongada, no merece la pena comentarlos: todos son falsos. No hay ningún problema ni para el niño ni para la mamá en lactar durante dos o más años. La lactancia, además de ser el mejor alimento para el bebé, tiene también otras funciones tan importantes como la alimentación en el plano emocional: ofrece contacto, consuelo, favorece el estrechamiento del vínculo materno.No son pocos los problemas con los que se encuentran las madres que deciden amamantar a sus hijos. En nuestra sociedad no se ve apenas a madres amamantando a sus hijos en la vida cotidiana, y dar el pecho de manera correcta es algo que se aprende viendo a otras madres hacerlo. De ahí la importancia de los grupos de4apoyo a la lactancia que están surgiendo en muchas ciudades como respuesta a esa necesidad que las madres que quieren dar pecho tienen de relacionarse con otras madres que ya lo han hecho o lo están haciendo, para no sentirse solas en este mundo en el que parece que apenas quedan madres que dan el pecho y para corregir hábitos incorrectos o problemas debidos precisamente a eso, a no tener ninguna referencia válida en cuanto a la forma correcta de hacerlo.Ya hemos comentado que el contacto con mamá, el contacto físico en general, es una necesidad primaria de los bebés y los niños, y es una necesidad que debemos respetar. Mamá será además su figura principal de apego, aquella con la que establecerá su primera relación humana, aquella en la que principalmente buscará consuelo y cobijo y desde la que iniciará su relación con otras personas. Ese contacto ofrece también algo muy importante no solo cuando nuestro niño es un bebé, sino también durante todas las fases de su desarrollo y crecimiento: seguridad.La seguridad es básica para que un niño pueda desarrollarse plenamente y necesaria para que la autorregulación funcione. Un niño con miedo sólo está pendiente de su miedo y no es capaz de relacionarse de manera completa con su entorno ni con otras personas, y para nuestros hijos, desde que nacen y durante muchos años, la seguridad somos nosotros. Si algo debe tener un niño claro siempre, sin lugar a dudas, es que sus padres están ahí cuando los necesita, y que lo quieren incondicionalmente pase lo que pase y haga lo que haga. Una de las cosas que a toda costa hay que evitar, es que un niño pueda sentir que sus padres le quieren según como se comporte, o que acudirán cuando los llame según las circunstancias Un niño que no está seguro de cómo reaccionarán sus padres si se lanza a un reto que le produce cierto respeto, abordará ese reto temeroso, o evitará abordarlo. Un niño que tiene el respaldo incondicional de sus padres ante cualquier situación abordará ese mismo reto de otra manera, pues sabe sin lugar a dudas que basta llamar a mamá o papá si ocurre algo y ahí estarán para ayudarle.Llevar al bebé mucho tiempo en brazos o en portabebés que los mantienen pegados a nuestro cuerpo ayuda a satisfacer esa necesidad de contacto continuo cuando son pequeños, dormir con ellos también.El sueño de los bebés es muy diferente al de los adultos. No sigue los mismos tiempos ni tiene las mismas fases (más información en “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové). Existen varios métodos que prometen ser capaces de ajustar su sueño al nuestro. En realidad es un mismo método sin ningún rigor científico que diversos autores se han ido copiando entre si y que se basa en una premisa clave: desatender el llanto del bebé hasta que este se de cuenta de que por la noche es inútil llamarnos llorando. Realmente nuestro bebé no dormirá más, pero obtendremos la comodidad de que ya no nos moleste cuando se despierte, a cambio eso si, de quebrar algo que ya hemos comentado que es absolutamente necesario para el desarrollo pleno de un bebé: la total confianza y seguridad en que su mamá y su papá le atenderán en cualquier momento en que los necesite. La responsabilidad de la utilización de estos métodos no puede recaer toda en los padres, que a veces los aplican con un profundo sufrimiento porque se creen las falsas amenazas que según los autores de estos best-seller ocurrirán a sus hijos si no duermen de tirón desde poco después de nacer.Los bebés necesitan sentirse seguros para dormir tranquilos, y esa seguridad se la proporciona el contacto con mamá (y con el tiempo con papá). Ese y no otro es el motivo por el que muchos bebés se despiertan en cuanto los dejan en la cuna, o lloran desconsolados cuando se despiertan por la noche y se sienten solos. Una forma de proporcionar ese contacto, que además favorece el descanso de mamá, es dormir con ellos. El colecho suele favorecer el sueño del bebé y además permite a mamá darle pecho sin tener que levantarse ni hacer viajes por la casa.Hay una tendencia a llevar a los bebés cada vez más pronto a su propia habitación, en defensa de una mal entendida independencia. Son muchos los supuestos “expertos” que nos amenazan con los mil males que nos ocurrirán si dormimos con nuestros hijos. Parece que estos “expertos” no saben que lo de dormir padres e hijos separados solo se da de manera mayoritaria en EE.UU., Canadá y parte sur de Europa, y que por ejemplo, en los países nórdicos, las cifras de colecho rondan el 80%, y en Japón el 90%. De nuevo hablamos de respeto: si dormir acompañado es una necesidad de nuestro bebé ¿qué problema hay en respetarla?Desde el momento del nacimiento la ignorancia bienintencionada del entorno empieza a aconsejar: si lo tienes mucho en brazos se va a hacer dependiente y no te lo quitarás de encima. Como dice Yolanda González, a un bebé no se le puede hacer dependiente, porque nace dependiente. Podemos respetar esa necesidad de dependencia y contacto o podemos ignorarla, pero la dependencia esta ahí, no la creamos5nosotros. No hay ningún mamífero que nazca más indefenso y por tanto con mayor necesidad de cuidados que un bebé humano, que tardará al menos 7 u 8 meses en poder desplazarse mínimamente por si mismo. ¿Como no va a ser dependiente una criatura sin ninguna capacidad de desplazarse por si misma y cuya mamá es su única fuente de alimento?Con todo, no resulta demasiado difícil llevar una crianza respetuosa en los primeros meses de vida si se consigue dejarse llevar por lo que el bebé demanda y se ignoran consejos inadecuados. Aunque puede resultar físicamente agotador casi todo consiste en lactancia, mucho contacto y mucho cariño.Cuando empezará a costarnos mantener nuestros principios y valores será cuando nuestro bebé deje de ser ese sujeto pasivo que va con nosotros a todas partes en la mochila o la bandolera, y empiece a explorar el mundo primero a través del gateo y después caminando. Sobre estas etapas iniciales en cuanto al “despertar de la voluntad” de nuestros hijos conviene buscar información válida que nos ayudará a no caer en pensamientos en la línea de “me está tomando el pelo”.Este modelo de crianza requiere también una forma de ver a los niños y bebés, y desarrollar una capacidad de empatía con ellos que no siempre es fácil, ya que sus esquemas mentales no se parecen en nada a los nuestros, y por tanto no nos suele resultar nada fácil ponernos en su lugar. Los bebés y niños son buenas personas. Por más que nos digan no intentan tomarnos el pelo, ni buscan los límites de nuestra paciencia, ni hacen cosas a propósito para enfadarnos. Primero porque nos quieren, y la mayor satisfacción para un bebé o un niño es ver a sus padres felices, y sobretodo porque son incapaces de hacerlo: su cerebro tardará muchos años en tener la capacidad de desarrollar alguno de esos comportamientos maquiavélicos que les asignamos a veces a los pocos meses de nacer. Esa impresión general de que los bebés intentan tomar el pelo a sus padres, o enfadarlos, nace de la incomprensión hacia ellos, de juzgarlos con ojos de adulto, de intentar averiguar el origen de su comportamiento con un esquema mental adulto.A partir de este momento, en la crianza en general entran en juego unos métodos que chocan frontalmente con nuestra idea de respetar en todos los aspectos a nuestros hijos. El respeto excluye totalmente la violencia. Esto se entiende perfectamente con la violencia física, pero hay una violencia que pasa desapercibida y que también es muy perjudicial. Es la violencia verbal: amenazas, chantajes, ridiculización e insultos. La forma de crianza mayoritaria, a partir de que el niño tiene capacidad de actuar y decidir algo por si mismo, se basa de manera tenaz en dos de estos principios: la amenaza y el chantaje.Especialmente entran en juego a partir de los dos años (aproximadamente), cuando se despierta totalmente la voluntad, aparecen las ideas propias, las rabietas, y entran de lleno en la etapa egocéntrica de quererlo “todo para mi y ahora”. Es una etapa muy crítica donde hasta los convencidos empiezan a dudar si realmente su hijo no les está retando o enfadándolos a propósito. En esta etapa es fundamental la formación, buscar información que nos permita entender o al menos intuir qué pasa por esas cabecitas que tan pronto ríen a carcajadas como se echan al suelo entre grandes berridos, que de pronto quieren una cosa como la contraria, que se niegan a obedecer en cosas que antes lo hacían, que convierten un cambio de ropa en un drama…Sólo entendiendo e interiorizando que no lo hacen para fastidiarnos, que también sufren cuando están así, estaremos en el camino de facilitarles las cosas y contenerlos en esos momentos tan difíciles de sus vidas. La psicóloga Violeta Alcocer define esta etapa como “el primer duelo”. La primera vez que nuestros hijos se ven en la encrucijada de dejar algo atrás: deben abandonar los comportamientos de “bebés” que ya no les sirven en la nueva etapa en la que entran y adquirir nuevos comportamientos de “niño”. Tanto una cosa como la otra les provoca tensión y confusión: ¿qué me dejo en el camino? ¿qué me llevo a esta nueva aventura? Es una etapa de lo que se suelen llamar “recaídas”: de repente vuelven a pedir muchos brazos, que los acunemos, niños que ya tomaban poco pecho vuelven a demandarlo con ansia, muchos de ellos incluso dicen claramente que quieren ser bebés de nuevo. Entre toda esta confusión debemos tratar de ser coherentes y mantener la calma. Nuestro enfado e incomprensión ante estas situaciones no hará otra cosa que confundirlos más y ponerlos más nerviosos. Y por supuesto los castigos deben ser excluidos totalmente: todos esos comportamientos forman parte de su crecimiento como persona, son normales, inevitables en muchas ocasiones. No tienen otra manera de sacar fuera su malestar, su nerviosismo, su miedo, su demanda de satisfacción de necesidades que no hemos sabido atender. Su forma de decirnos que necesitan más tiempo con nosotros y más mimos puede ser una descomunal rabieta por una galleta que se rompe al caer al suelo: no tienen recursos para pedirlo de otra forma, posiblemente porque ni siquiera saben qué quieren pedir, solo6saben que se sienten mal. Castigar estos comportamientos es por tanto castigar a nuestros hijos por ser como son, por crecer de una manera normal.Los castigos en general, no solo en estos casos, son algo a evitar cuando se habla de criar con cariño y respeto. Merecería un texto aparte hablar de este apartado, porque si ya se hace difícil en muchas ocasiones pensar en una crianza sin amenazas, una crianza sin castigos parece poco menos que imposible. El castigo suele ser el resultado de una amenaza o bien una reacción a un comportamiento que no nos ha gustado. Si evitamos las amenazas evitamos de paso una parte de los castigos. Cuando una acción es de verdad incorrecta acarrea unas consecuencias desagradables, y esas consecuencias son las que hay que hacer ver y vivir al niño para que entienda por qué es incorrecta esa acción. Si la acción no tiene consecuencias desagradables para nadie deberemos plantearnos si realmente es incorrecta. Inventarnos unas consecuencias desagradables para una acción con el fin de evitar que se repita no logra ninguno de sus fines: no se entiende por qué esa acción es incorrecta, y por tanto no cumple su función de educar, y no consigue que la acción no se repita: solo logra que no se repita en nuestra presencia, pues el niño no entiende por qué no debe repetirlo, solo que no debe repetirlo si estamos mirando. El castigo induce a los niños a mentir y merma su confianza en nosotros.Volvemos a la amenaza y el chantaje: para conseguir que el niño haga lo que quiero o bien le amenazo con algo que no le gusta o bien le hago chantaje con algo que le gusta. Si cuando hablamos de adultos amenazar o chantajear son actos detestables no deberían ser menos cuando hablamos de niños. La amenaza y el chantaje provocan miedo en el niño, miedo a perder algo que le gusta o a que le obliguen a hacer algo que no le gusta. El miedo no es buen caldo de cultivo para nada, y no debería utilizarse en la crianza si pretendemos un desarrollo pleno y armónico. Estos dos comportamientos son los que más cuestan de erradicar de la crianza, porque los vemos a diario, porque los han utilizado con nosotros, nos han quedado grabados y nos salen de manera casi instintiva, y sobretodo porque evitarlos exige el esfuerzo de entender a nuestros hijos, de confiar plenamente en ellos en momentos en que parece que están en nuestra contra, y de encontrar caminos alternativos. Los tenemos tan interiorizados que no es difícil caer en ellos incluso cuando uno ya se ha planteado criar prescindiendo de ellos.La ridiculización también se utiliza ampliamente en la crianza y en muchos colegios. Es muy habitual comparar a nuestros hijos con otros niños destacando aquello que los otros hacen y el nuestro no, o al revés, de manera que siempre hay al menos un niño menospreciado respecto a otro. Y en los colegios todavía es muy habitual el castigo frente a toda la clase, aunque ahora lo llamen “silla de pensar” en lugar de “de cara a la pared”, que por más carga pedagógica que se le quiera echar encima no tiene otro objetivo que cambiar el comportamiento del niño ridiculizándolo frente a sus compañeros. Otro tema que debería hacernos pensar, es qué va a pasar con toda esta generación de niños que está creciendo teniendo como primera asociación mental de la palabra “pensar” la de “castigo” o “ridículo”. ¿Les apetecerá pensar en el futuro?La autorregulación es el otro pilar en el que se apoya este modelo de crianza. La autorregulación exige mucho de nuestra parte, ya que obliga a esconder nuestro ego y a aceptar que nuestros hijos son capaces de encontrar su camino por si mismos en todos aquellos aspectos que de manera natural han de desarrollar. Así pues se trata de aceptar que no necesitan que les enseñemos a comer, ni a gatear, ni a caminar, ni a controlar esfínteres…No necesitan que les socialicemos a la fuerza, porque ellos mismos marcarán el ritmo con el que quieran ampliar su círculo de relaciones, no necesitan que dirijamos su juego porque si tienen donde elegir sabrán a qué o con qué les interesa más jugar… y más adelante, que es lo que nos lleva a La Serrada, no necesitan que les digamos qué, como, o cuando aprender, ya que la curiosidad y las ganas de aprender son algo innato y natural en el ser humano.No siempre es fácil confiar en la autorregulación. En la alimentación por ejemplo es algo que cuesta si nuestro hijo tarda en aceptar la comida sólida, pero en estos casos son nuestras expectativas y no nuestros hijos los que causan el problema. Si tenemos la expectativa de que nuestro hijo empezará a comer con 6 meses y no empieza hasta que tiene un año estamos creando un problema donde no lo hay, si pensamos que caminará con 12 meses y a los 15 aun no camina también nos preocupamos, aunque sea perfectamente normal, si a los tres años aun lleva pañales también nos preocupa… y es cuando no se cumplen nuestras expectativa cuando tendemos a intervenir, con lo que solemos complicar el proceso: convertimos cada comida en una batalla, nos rompemos la espalda arrastrando a nuestros niños de los dedos cuando aun no7están listos para caminar, probamos mil métodos para quitarles el pañal que suelen acabar con enfados y tensiones…..La autorregulación requiere olvidarse de plazos y confiar en que lo que es natural que pase, pasará. Eso sí, siempre y cuando el niño se sienta seguro, confiado, querido y aceptado tal cual es No podemos pretender que la autorregulación funcione en un niño al que se presiona para comer, o se le castiga si no come, al que se fuerza a tener un comportamiento no adecuado para su edad porque es lo socialmente bien visto. No podemos pretender que un niño se autorregule en el control de esfínteres si alguien le está presionando para que deje los pañales, ni que su socialización se desarrolle adecuadamente si es forzado a socializar tempranamente y en entornos que le resultan hostiles, ni podemos pretender que se autorregule en cuanto a conocimiento del mundo y aprendizaje si hay quien decide a priori qué es lo que tiene que aprender, cuando tiene que aprenderlo y cómo tiene que hacerlo.En resumen diría que todo consiste en tratar a nuestros hijos como a cualquier otra persona a la que queremos y confiar en que no son un entorno que tiende al caos si no intervenimos, sino todo lo contrario: confiando en ellos plenamente se desarrollarán de manera libre, armónica, y sobre todo, felices.

Fuente: http://www.laserrada.org/