Deepak Chopra: Las Siete Leyes Espirituales para Padres

LOS NIÑOS Y EL ESPÍRITU: LA ENSEÑANZA DE LA INOCENCIA


"Las Siete Leyes Espirituales habrán de expresarse en un lenguaje diferente, menos abstracto, para exponérselas a un niño. Afortunadamente, estas leyes se pueden expresar de tal modo que hasta un niño pequeño puede llevarlas consigo en su mente y en su corazón:

Primera Ley: TODO ES POSIBLE.

Segunda Ley: SI QUIERES RECIBIR ALGO, ENTRÉGALO.

Tercera Ley: CADA VEZ QUE TOMAS UNA DECISIÓN, CAMBIAS EL FUTURO.

Cuarta Ley: NO DIGAS QUE NO; DÉJATE FLUIR.

Quinta Ley: SIEMPRE QUE QUIERES O DESEAS ALGO, SIEMBRAS UNA SEMILLA.

Sexta Ley: DISFRUTA DEL VIAJE.

Séptima Ley: ESTÁS AQUÍ POR UN MOTIVO.

El día que escribí estas breves frases no dediqué mucho tiempo a pensar en ellas, pero después me di cuenta de que si a mí me hubieran enseñado estas siete frases cuando era niño, mi vida habría sido profundamente diferente. Yo habría sabido algo precioso y práctico al mismo tiempo, algo que no habría ido olvidando como las lecciones de la infancia, sino que habría ido madurando año tras año como entendimiento espiritual.

Un niño criado con preparación espiritual será capaz de responder a las preguntas más básicas sobre cómo funciona el universo; comprenderá la fuente de la creatividad tanto dentro como fuera de sí mismo; será capaz de practicar la abstinencia de juicios de valor, la aceptación y la verdad, que son las habilidades más valiosas que puede poseer una persona para el trato con las demás personas, y estará libre del miedo y de la angustia paralizadores sobre el sentido de la vida que es la carcoma que corroe en secreto el corazón de la mayoría de los adultos, aunque no sean capaces de reconocerlo.

El sustento más profundo que puedes dar a tu hijo es el sustento espiritual. No estoy hablando de obligar a tus hijos a aceptar unas reglas establecidas, del mismo modo que les enseñamos a ser "buenos" so pena de recibir un castigo. Cada una de las Siete Leyes Espirituales debe comunicarse no como una regla o un precepto rígido, sino como tu propia manera de ver la vida. Como padre enseñarás con mucha mayor eficacia en virtud de quién eres, que en virtud de lo que dices. Esto forma parte, por sí mismo, de la perspectiva espiritual.

(...)

CÓMO EMPEZAR

Desde el día en que nace tu hijo, tú eres un maestro de espíritu. Si creas un ambiente de confianza, de apertura, de ausencia de juicios de valor y de aceptación, estas cualidades serán absorbidas como cualidades del espíritu.

En un mundo perfecto, la paternidad se podría resumir en una sola frase: Enseña sólo amor, sé sólo amor. Pero en el mundo con el que todos tenemos que conformarnos, los niños se crían para tener que afrontar muchas conductas carentes de amor, sobre todo fuera de su hogar, pero también a veces dentro del hogar. En vez de preocuparte de si estás provisto del amor suficiente para poder ejercer de maestro espiritual, considera que la espiritualidad es una habilidad propia del arte de vivir, pues en efecto lo es. Yo creo que estas habilidades se deben ejercer tan pronto como sea posible por cualesquiera medios que el niño pueda comprender.

Recién Nacido: de 0 a 1 año
Palabras claves: AMOR, AFECTO, ATENCIÓN

Afortunadamente para nuestra generación, ya se descartado el concepto erróneo de que los niños deben recibir una disciplina y una formación desde la cuna. Un niño recién nacido es oro puro espiritual. Velar por su inocencia es un medio para encontrar el camino que nos conduce de nuevo hacia la nuestra. Así, pues, en un sentido muy importante, el padre es quien ha de sentarse a los pies del niño pequeño. Estableces unos vínculos espirituales con tu niño recién nacido tocándolo, teniéndolo en brazos, proporcionándole seguridad, jugando con él y prestándole atención. El organismo humano no puede florecer sin estas reacciones "primitivas" del entorno: falto de ellas, languidece y se marchita como una flor que no recibe luz del sol.

Niño pequeño, de 1 a 2 años
Palabras claves: LIBERTAD, ALIENTO, RESPETO

Esta es la etapa en que el niño comienza a adquirir su ego. Cuando digo "ego" me refiero al "yo" en su sentido más sencillo a la noción de que "yo soy". Es una época precaria, pues el niño está ensayando por primera vez la separación con respecto a su madre o a su padre. La seducción de la libertad y de la curiosidad lo atraen en un sentido, pero también existe el miedo y la inseguridad que tiran de él en otro sentido. No todas las experiencias que acompañan a la independencia son agradables. Depende de los padres, por tanto, transmitir una lección espiritual sin la cual ningún niño puede desarrollar una verdadera independencia personal: la de que el mundo es un lugar seguro.

Si sientes seguridad en tu edad adulta, se debe a que no fuiste acondicionado por el miedo en algún momento de tu infancia antes de cumplir los dos años; a que, en lugar de ello, te alentaron para que te expansionases sin límites, para que valorases la libertad a pesar de las heridas que puede hacerse un niño con cierta frecuencia cuando se da golpes con las cosas de este mundo. No es lo mismo caerse que fracasar; no es lo mismo hacerse daño que llegar a la conclusión de el mundo es peligroso. Hacerse daño no es más que un medio del que se sirve la Naturaleza para decir al niño dónde se encuentran los límites; el dolor existe para enseñar al niño pequeño dónde comienza y dónde termina el "yo", para ayudar a niño a evitar posibles peligros tales como el de quemarse o el de caerse por las escaleras.

Cuando los padres distorsionan este proceso natural de aprendizaje, la consecuencia es un sentimiento de dolor psicológico, ajeno a lo que pretendía la Naturaleza. El dolor psicológico establece unos límites que no podemos cruzar sin sentir una angustia profunda sobre el estado de nuestro propio ser. Si un niño asocia el dolor con la idea de que es malo, débil o incapaz de valerse por sí mismo, o con la idea de que está rodeado de amenazas constantes, no le quedará sitio para su desarrollo interior. Pues, cuando NO hay un sentimiento de seguridad, el espíritu resulta inalcanzable: la persona se dedica constantemente a intentar sentirse seguro en este mundo y nada más, pero esa seguridad no se puede conseguir sin superar lo que ha quedado grabado en la mente durante la primera infancia.

Prescolar, de 2 a 5 años
Palabras claves: MERECER, EXPLORAR, APROBAR

Esta etapa se dedica plenamente a construir el sentimiento de autoestima en el niño. La autoestima lo prepara para salir de la familia y encontrarse con el mundo, grande y ancho. Se identifica con las tareas y los desafíos. Hasta los dos o tres años de edad, el niño empieza a darse cuenta de que el "yo soy" puede identificarse con el "yo puedo". Cuando el ego de un niño de dos años se da cuenta de esto, ya no hay quien lo pare. Se cree que tiene en un puño a todo el mundo (y, desde luego, a todos los miembros de su familia). Su "yo" es como un generador eléctrico que se acaba de poner en marcha, y lo que hace que los niños de dos años sean terribles es que su ego recién nacido tiene subidas de energía de una manera incontrolable. El niño grita, chilla, corretea,esgrime la palabra todopoderosa ¡NO! e intenta, en general, gobernar la realidad con su simple voluntad: ¡esto es exactamente lo que debe suceder en esta etapa!

Espiritualmente, el valor de la etapa prescolar estriba en que el poder es espiritual: sólo la distorsión del poder genera problemas. Por lo tanto, en lugar de intentar reprimir el ansia de poder de tu hijo, lo que debes hacer es canalizarla hacia tareas y desafíos que le enseñen equilibrio. Si no se le aporta equilibrio, la sed de poder de un prescolar acabará en dolor, pues sus vivencias consisten en gran medida en una ilusión de poder.

Un niño de dos años que da voces sigue siendo una persona muy pequeña, vulnerable y poco formada. Por amor al niño, debemos permitirle que mantenga esa ilusión de poder, porque queremos que se desarrolle como una persona fuerte y capacitada que se sienta a la altura de cualquier desafio que se le presente. Este sentido de la autoestima no se desarrolla si el sentimiento de poder se anula o se reprime en esta etapa. "

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CHOPRA, DEEPAK: Las Siete Leyes Espirituales para Padres. Oriente a sus hijos hacia el éxito y la realización. Editorial EDAF, Madrid, 1998. Fragmentos tomados de las páginas 27-37.

La Magia Existe - del libro "Pintará los soles de su camino"

Llevo unos días dando vueltas al tema de los "Reyes Magos". Esta Navidad mi hija hará 3 años y toca ya plantearse como queremos enfocar este tema. Este texto me hace reflexionar desde otra perspectiva que no había tenido en cuenta. Todos somos magos...

"Recuerdo en mí el viejo sueño de convertirme en bruja y practicar magia blanca. Luego, más adulta, pasé a llamarlo Mujer Sabia. Algo en mí seguía sabiendo que la Magia existía y no era sólo cosa de imaginaciones infantiles.
Tras adentrarme en el universo de la astrología, las cartas del tarot a nivel evolutivo, las piedras... Me di cuenta de que la Verdadera Magia estaba en el día a día y que no necesitaba más que mi pensamiento, mi intención. Pero claro, como en todo aprendizaje, es necesario estudiar, comprender, asimilar y ponernos a hacer prácticas.
Todos somos ya magos, con posibilidades de convertirnos en Magos.
Un día, de repente, cuando mi hijo era aún un recién nacido, me asaltó la siguiente idea: ¿dejará mi hijo de creer en la Magia cuando descubra que los Reyes somos sus padres?
Cuando llega el día 7 de enero, muchos padres –con ojos sin brillo– olvidan que la Verdadera Magia sigue presente. Esos niños sí tienen posibilidades de alejarse de su potencial como Magos.
Pero los niños que conocen la Magia en su día a día, descubren que en realidad, tras el cuento o la historia de que vienen los Reyes Magos, existe sólo una Verdad hermosa.
Esa verdad hermosa la desconocen muchísimos padres...
Quizás tú mismo la hayas olvidado, entonces escucha:
Los Magos no son los padres...
Los Magos son ellos, los niños... ¡Son ellos los que han atraído a sus vidas esos regalos!
Los padres jugamos un solo día a hacer de Reyes Magos y nos perdemos lo mejor del cuento: podemos seguir jugando a ser Magos todos y cada uno de los días de su Vida y de las nuestras...
¿Quiénes eran los Reyes Magos? ¿Conocían entre otros principios la Ley de la Atracción? Ese poder es el mismo del que disponéis tú y tu hijo.
¿Qué es la Magia para ti? ¿Y para tu hijo?
La Vida está llena de símbolos y tu hijo aprenderá con tu ejemplo, o con tu confiada mirada, a jugar con ellos.
Todo son símbolos hacia uno mismo. ¿Qué me estoy diciendo yo mismo con ellos? ¿Qué me quiero decir?
Nada de tu mundo está fuera de tu responsabilidad. Todo lo que ocurre está íntimamente relacionado contigo. Eres tú mismo.
Las aparentes “casualidades” o sincronicidades te recuerdan que estás en el camino de la Magia, que tienes el poder para crear lo que quieras.
Tú eres el dios de tu mundo. Siente esa Certeza.
Si en tu realidad eso no es posible, tienes razón, no lo será.
Cuando en tu realidad eso es posible, tienes también razón y así Es.
Accedes a otro plano superior y a tu alcance está la Magia que construye realidad.
Para ello no necesitas ningún apoyo material. Ni varita, ni traje especial.
Pero mientras tu hijo y tú ensayáis, podéis permitiros jugar con los apoyos que queráis: los elementos, los colores, las visualizaciones...
No existe una única forma de hacer Magia.
Recuerda, la información está al alcance de todos. Igual que la Magia.
Mas solo oyes lo que estás preparado para oír.
La Magia se protege del candidato aún no preparado... O dicho de otro modo,
Tú mismo te alejas de la Magia cuando aún no es tu momento. Lo mismo puede ocurrir en los niños.
Pueden ser niños y ya tener una mente vieja: llena de condicionamientos, dudas, límites, desconfianza...
La confianza en el propio poder, su Certeza, es la fuerza del Mago.
Un niño puede necesitar primero empezar por reconstruir, recuperar, la confianza en él, en ti, en la Vida.
La magia le seguirá acompañando a pesar de no darse cuenta y un día hermoso logrará descubrir que ya es Mago."

LA EDUCACION DE LOS NIÑOS, Gustavo Martín Garzo

En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación los niños. “Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro”. Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras.

Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.

Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos.
Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros pero creo que estos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.
Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que estos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es
una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida.
Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino que se deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar.
Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.

En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que es eso lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos.

El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. “En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos”. El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que esa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilarlos, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.

Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca.
En su reciente libro de memorias Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. “Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez” Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: “El mejor método de educación es la felicidad”.
“Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo”. Y unas líneas más abajo añade: “Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz”.
Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermoso de todos. “Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía que darle a la niña. Un buen día la regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja”. Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que la sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún aguafiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza
es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. “Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad”.